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13 Mirlos

CHORROS DE LUZ

 

Por Bruno Montané Krebs

«… y escribo este chorro de luz».

Cristian Cruz

 

Aquí se reúnen veinticuatro años de escritura poética (2000-2024) y para suerte nuestra durante ese tiempo Cristian Cruz ha dado rienda suelta y textual a su manera de ver el mundo. Antes de terminar la lectura del libro, mientras lo hojeaba y leía, encontré unos versos del poema «Nada me trae el tiempo» que me llamaron mucho la atención: «Todo es un manifiesto de las cosas, / ellas no hablan si no guardamos silencio / no se desnudan si nos creemos más ágiles / que la rotación de las cosechas». Mientras sigo frecuentando los poemas de este libro y antes de continuar con mis elucubraciones, me atrevo a decir que los cuatro versos anteriores podrían ser declarados como el verdadero manifiesto de este poeta y editor que vive en San Felipe. Versos iluminadores que dan cuenta de la entereza de una mirada que descubre la lucidez y el desasimiento frente al hermoso poder de la naturaleza y sus cosechas. Es un lugar común crítico decir que existe una poesía que está siempre atenta a los hechos cotidianos, pero en el caso de estos poemas se me ocurre decir que el ojo interior del poeta consigue leer las muy diversas sedimentaciones y abismos de cada día, y eso, sin duda, corresponde a una escritura de otro orden, tipo, trabajo poético y natural inspiración. Por otra parte, pareciera que este poeta ha sabido darle una nueva vuelta de tuerca a aquello que se vino llamando lo lárico y diría que no lo hace decididamente a propósito, da la impresión que la escritura de Cruz nació en esos lares abismales y generosos. A esta poética le sucede que sabe interpretar la propia experiencia del mundo que la rodea, allá en San Felipe o donde sea que el poeta haya vivido y escrito estos atribulados y hermosos poemas. 


            En este libro se nos recuerda que toda caricia ablanda el miedo y así se comprende la existencial radicalidad de una bondad que pareciera pertenecer a otro orden del mundo real o deseado. En esa misma mano interpretativa las leyendas de bandoleros toman vida entre la utopía, la memoria y la crónica sensible, plena de gestos y verbos apropiados («La noche fue su empuñadura. / Rajó campiñas enteras parafraseando el miedo». «Mataste y amaste / y ambos verbos fueron tuyos»). También la aparición de versos como este: «Ven mañana olorosa / revienta tus vasijas en mis narices» o este otro: «Se desangra un rayo de luz en el patio» ofrece a nuestra habilidad lectora el sentido y la sinestesia emocional de la que es capaz un poeta que ofrece la experiencia del asombro de los sentidos y la contemplación viva de la naturaleza. Y, como quien juega a estar haciendo trampas, el poeta Cruz nos advierte: «No me creas nada / yo he desordenado un poco las cosas / para que tú entres confundido en estas páginas. / Nada se entrega a la primera». Un poco de ironía melancólica no va nada mal para la bandeja de los lectores que a veces consiguen jugar a ser incautos o inocentes. Vale la advertencia del poeta, aunque sospecho que acabaremos creyéndole, si no a él –a quien ahora imagino riendo– sí a las habilidades y recursos de su poética. Mientras lo copiamos y parafraseamos, dan ganas de decir que aquí los lectores son amable y convincentemente invitados a mirar lo que acontece en la profusa deriva que tiene lugar en «los embarcaderos del poema».

              

ACERCA DE LA PARÁFRASIS DE UN POEMA CHINO

            Poema en dieciocho fragmentos, «La Aldea Kiang después de la muerte», es una versión abierta y muy respetuosamente libre del poema «La Aldea de Kiang» de Tu Fu. La paráfrasis está de fiesta, podríamos decir, pero adentrándose en la densidad, el amor y el dolor que transmite el poema, el lector se da cuenta de que el ejercicio poético que hace Cruz en este laboratorio vívido y textual es honesto –porque no se enreda en el artificio– y ejerce un mimetismo que se parece a una transfusión de almas o conciencia poéticas a través de los siglos y, además, también es políticamente singular. Decir que el poema refiere a un remanente diferidamente alegórico de la triste dictadura no sería arriesgado (la implacable sistematicidad del proyecto necroliberal, la sala de lecturas y torturas de la semiótica nacional); sin embargo la maniobra del poeta chileno se corresponde al sentido lúcido y compasivo, y otra vez existencial, del poema de Tu Fu (o Du Fu), el poeta chino del siglo VIII: «a pesar de las llamas cantábamos la canción de Kiang para mitigar el dolor», tal como el propio Cruz cita al poeta de la dinastía Tang. Una interpretación posible nos invita a ver la escena, el héroe regresa a una aldea donde sus familiares y habitantes están muertos, porque la aldea entera es el último crisol de la muerte que ha sido repartida por todo el país. «Esta era la voz en el cuartel del averno» […] «Estamos todos muertos, tú regresaste del averno / y la aldea al igual que yo te esperábamos». Situado en casi la mitad de esta antología, como si fuera su emergente centro de gravedad, el poema imanta todo el contenido de este libro. «No importa que estemos muertos […] Los voy a levantar hermanos de Kiang / como quien levanta una jarra, un puñado de musgo, un manojo de helechos».

 

EL POEMA ES LA TRAMA

            La trama, en este caso, está trazada con los filamentos de la autobiografía, elementos cruciales en el itinerario vivo de esta «Camada actual», la última parte de la tarea poética reunida aquí por el poeta Lucas Costa y el editor. De hecho, ya en el título del segundo poema vemos proyectada sobre la cubierta del libro la promesa de una espléndida noche capaz de decantar el baile, los pulsos y ritmos de la música total de la vida, mientras el funeral, el viaje y la espera se fuman los pitos del dolor y el asombro, pero deseando que la comunión familiar pueda darse y entregarse más allá y acá de las pillerías y paradojas de la muerte.


            El anhelo de la reparación emocional, para los más queridos, también es otro centro de gravedad en esta parte de la poesía de Cruz: «Cómo me gustaría evitar los antidepresores que consume mi hijo, / los que consume su madre, / comer mariscos frente a la playa con nuestras familias». O el padre, ya sin trabajo, semejante a la empática soledad de Plutón, expulsado de la lista de los planetas. Cuando revela que los habitantes de sus poemas creen ver el sol en los espejos se produce una expansión de la melancolía, pero también de la ontología, y ambos movimientos corresponden a una ampliación del territorio que se está diciendo, de modo que los versos iluminan y revelan espacios interpretativos que van de lo filocompasivo a lo onírico solar. También vemos la fusión del cuerpo con el poema, descrita en «De cómo miro por la ventana», donde la mirada sinestésica reinterpreta los movimientos del cuerpo y su ser llevándolos a la entera materia de lo que se está escribiendo. Es decir, existe una clara voluntad in/consciente de tratar con los entresijos de la escritura, mostrando su carnalidad, el fluir sanguíneo y las neuronas: «Lo de adentro y lo de afuera se hacen uno para que el poema sea». Así terminamos con sus propias palabras, entre el zen y «la angustia que provoca la droga del poema». Insisto, el puro resplandor de lo cotidiano revelado por la inteligencia del poeta.


            Ahora citamos tres últimos destellos alcanzados por el generoso idiolecto poético de Cristian Cruz:

            «No existe problema alguno; / hemos sobrevivido al tiempo, / al espacio y las apariencias».

            «Con el tiempo suceden trastornos, / las cosas se enfrían, / y el amor y la poesía se alejan».

            «Dime tú, cómo termina esto».

             

Barcelona, agosto de 2024


 

Cristian Cruz (San Felipe 1973). Ha publicado los libros: Pequeño país (2000), Fervor del regreso (2002), La fábula y el tedio (2003), Papeles en el claroscuro (crónicas, 2003), Reducciones (2008), Dónde iremos esta noche (2015), Entre el cielo y la tierra (antología, 2015), La aldea de Kiang después de la muerte (2017), No era yo esa persona (2021), No hay caso con todo esto (2025). Junto al poeta Ricardo Herrera publica Bar, antología de poesía chilena (2005). Con el poeta Claudio Guerrero es editor de Felices Escrituras, poetas chilenos pensando una provincia (2022). Recibe el Premio Alerce, de la Sociedad de Escritores de Chile 2003 por el libro La fábula y el tedio. Ha sido incluido en distintas anto­logías de poesía chilena y extranjera.


Bruno Montané Krebs (Valparaíso, 1957). Residió en México entre 1974 y 1976. Ahí funda junto a los poetas Roberto Bolaño y Mario Santiago el Infrarrealismo. Desde 1976 vive en Barcelona. Entre sus últimas publicaciones se encuentran: Mapas de bolsillo (2013); Setanta-set poemes (2013); El futuro. Poesía reunida, 1979-2016 (2018); El futuro (2019); Efímera (Novela, 2022); Cuadernos del futuro (2023); Un largo solo (2024). Su obra poética figura en numerosas revistas y antologías desde los años 70 al presente. Entre ellas: Revista de Bellas Artes (México); Correspondencia Infrarrealista (México); Trilce (España-Francia); La zorra vuelve al gallinero (México); Litoral (España); Pájaro de calor. Ocho poetas infrarrealistas (México 1976); Muchachos desnudos bajo el arcoíris de fuego (México 1979); Entre la lluvia y el arcoíris: algunos jóvenes poetas chilenos (Rotterdam 1983); Viajes de ida y vuelta: poetas chilenos en Europa (Santiago 1992); Hora Zero, la última vanguardia latinoamericana de poesía (Venezuela, 2000); Gutiérrez (Santiago, 2005) y Hora Zero: Los broches mayores del sonido (Lima, 2009). Codirige el proyecto Ediciones Sin Fin, en Barcelona.  

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