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ENTREVISTA A SEBASTIÁN CORREA DUVAL: LA POESÍA COMO TERRITORIO DE ENCUENTRO, SILENCIO Y SANACIÓN

 

Por Ernesto González Barnert

Sebastián Correa Duval (Santiago, 1977) es poeta, psicólogo clínico y educador. Su formación académica incluye un Magíster en Calidad y Mejora de la Educación, y actualmente se encuentra en proceso de obtener su Doctorado en Psicología, con énfasis en Aprendizaje y Desarrollo. A lo largo de su carrera, ha logrado combinar de manera excepcional su vocación poética con su práctica profesional en el ámbito de la psicología,

siendo cofundador de la Unidad de Psiquiatría Integrativa y especializado en procesos de duelo.

En el ámbito de la poesía, Correa es cofundador de la Escuela Poética y del Observatorio del Silencio, dos espacios de reflexión y creación que promueven el diálogo entre la poesía y la experiencia humana. Entre sus obras destacan Poemas vecinos (2012), Tiempo reunido (2016) y su más reciente libro, El inesperado vuelo de las moscas (2024). Además, ha sido invitado a participar en diversas antologías internacionales y festivales de poesía, consolidándose como una de las voces más relevantes de la poesía chilena contemporánea.

Sebastián también es profesor universitario en el curso de "Intervenciones poéticas" en la Universidad Alberto Hurtado, y ha desarrollado talleres y retiros poéticos en diversos contextos, donde fusiona su pasión por la poesía con sus conocimientos en psicología y educación. Su poesía se caracteriza por la introspección y la búsqueda de significados profundos, reflejando su interés en el diálogo entre el lenguaje poético y el silencio interior.

Hoy en día, Sebastián Correa Duval sigue con su labor de crear espacios donde la poesía, la educación y la psicología se entrelazan, ofreciendo a sus lectores y estudiantes la oportunidad de descubrir en la palabra un medio de transformación tanto personal como social.

En esta ocasión, conversamos con Sebastián sobre su visión de la poesía, la psicología y su impacto en la educación, abriendo un espacio de reflexión sobre su trabajo y su reciente publicación.


– Tu trayectoria abarca campos aparentemente distintos, como la poesía, la psicología y la educación. ¿Cómo encuentras la intersección entre estos mundos en tu vida y en tu obra?

Los últimos años los he dedicado justamente a buscar y construir narrativas y proyectos desde los cruces entre poesía, psicología y educación, entre los tres o dos de ellos.

Siempre desde la idea del paradigma de la complejidad que justamente busca conectar y vincular la realidad y no separarla. Se entiende la frontera como lugar de encuentro y no como lugar de división, apostando que en el encuentro de lo distinto hay mucha vida.

A mi me interesa que las personas vivamos con la mayor humanidad posible y que cada uno de nosotros construya una vida desde la propia autenticidad, y esto nos es fácil. Y en esto creo que la psicoterapia ayuda y que la escritura poética no resulta si no es desde lo más hondo de lo propio, entonces hay ciertos cruces. Soy un convencido de que lo poético ayuda a renovar la desnudez.

Y en educación, en la Fundación Edupoiesis definimos estudiante como “Artista de si mismo”, y creo que va en la misma línea. Por otra parte, creo que la psicología y la poesía ayudan a flexibilizar la vida, no se puede entrar en lo artístico desde la rigidez y la psicoterapia muchas veces consiste en abordar esas rigideces identitarias, que nos aprisionan y nos impiden mirarnos con mayor apertura y humanidad.


– Has cofundado espacios como Escuela Poética, el Observatorio del Silencio. ¿Cuál ha sido el impacto de estos proyectos en la comunidad literaria y en los participantes?

Son cosas distintas. En la escuela poética hemos ido creando experiencias que ayuden a las personas a conectarse con su propia dimensión poética y de alguna manera desarrollen su propia arte poética (así como lo hacen muchos poetas o artistas), conectándose con su potencial creativo, tanto de sus vidas como de posibles obras. Esto ha sido maravilloso, ver cómo hace sentido a tanta gente que ha participado de los talleres “poético-terapéuticos”, o de los retiros poéticos en Valparaíso o la montaña.

También desde la Escuela poética hicimos alianza con Proyecto diccionario y hemos realizado varios talleres e intervenciones desde la resignificación poética de palabras. Ahí personas construyen su propio diccionario y también lo hemos realizado en organizaciones donde toda la comunidad ha resignificado sus palabras identitarias, generando procesos comunitarios de sentido muy bonitos (esto en bibliotecas públicas, barrios, colegios y museos). Y el Observatorio del silencio fue algo que surgió desde la escritura de un manifiesto sobre el silencio con mi amigo Nicolás Browne y hemos compartido estas ideas en algunos ambientes académicos y educativos. Profundizamos en el silencio desde varias perspectivas; como espacio naciente de lo nuevo, como lugar de refugio, el lugar del silencio en la propia vida o en las relaciones, etc. Estoy convencido que el silencio es el gran espejo.


– ¿Cómo abordas el proceso creativo en tu obra poética? ¿Cómo influye tu práctica como terapeuta en la escritura?

En mi caso el proceso creativo tiene que ver con un vivir atento, en cualquier momento o lugar puede surgir una palabra, una idea o un verso que termine detonando un poema o una obra (en mi caso también poesía visual). Y yo necesito tiempo para decantar, momentos de soledad y silencio en frente de la hoja en blanco o reflexionar desde las notas que suelo escribir en los cuadernos que me acompañan a todos lados. Esto suele suceder de noche, cuando los niños ya están durmiendo (tengo tres niños) y como terapeuta creo que la conexión viene del lugar de la escucha. La terapia y la poesía tienen que ver fundamentalmente sobre lo que somos capaces de escuchar, de entender al otro o lo otro como un gran misterio, y desde ahí soltar la pretensión de dominio o control, dejándonos sorprender por una historia, un dolor, una significación o una palabra.


– Tu próximo libro, El inesperado vuelo de las moscas, está en proceso de edición. ¿Puedes adelantarnos algo sobre la temática que aborda y cómo nació este proyecto?

Es un libro que nace el 2016 luego de una neumonía mal cuidada que me tuvo cerca de la muerte e internado en la UTI, entonces es un libro que da cuenta del proceso existencial que esto supone. En mi caso fue resignificar la experiencia vital, mi sistema de creencias hacia el agnosticismo y tomar conciencia de lo primario; que respiramos y dejamos de respirar. Fue sentir que tenía la muerte dentro. Son poemas breves, más cercano a la poesía oriental y contemplativa. El libro intenta reflejar este aprender a vivir sin coordenadas ni certezas, y que incluso el lenguaje se hace nuevo.


– Eres un autor que ha tenido la oportunidad de compartir su obra en distintos contextos internacionales. ¿Cómo ha sido esa experiencia de llevar tu poesía más allá de Chile y qué te han aportado estos intercambios culturales?

Si, he tenido la suerte que desde lo laboral he podido estar en constante intercambio con amigos y poetas de otros países. Esto ha sido fundamental, de hecho, la Escuela poética la fundamos con André Gravatá de Brasil y Julia Quintiero de Argentina. Viviendo en España fuera uno toma conciencia de lo pequeño y lejano que es Chile, entonces se abren nuevos temas como la interculturalidad, el dolor del Holocausto y los límites de lo humano, o el vivir desde paradigma muy distintos (por ejemplo, en Marruecos, Israel o Palestina donde también he podido estar). Por otra parte, me ha influido la amistad con algunos poetas centroamericanos, como Héctor Flores de Honduras, con quien he participado de algunos proyectos poéticos desde la idea de una poesía más comprometida con la transformación social.


–¿Qué consejo le darías a quienes están comenzando su camino en la poesía y la escritura?

Les diría que lean mucho y que busquen amigos poetas. La amistad es clave en la poesía, poder tener conversaciones largas intercambiando ideas y compartiendo lecturas es fundamental, te abre la cabeza y permite relativizar ideas que, al comenzar en lo poético, puedes pensar que son grandes ideas, pero que en realidad solo son matices de ideas que probablemente se han pensado muchas veces. En mi caso, una práctica muy saludable es que almuerzo todos los viernes con mis amigos poetas, ahí, además de compartir la vida, nos acompañamos en nuestros procesos creativos y deliramos en un ambiente de camaradería y cariño.


– ¿Cómo ves la poesía que se escribe hoy en Chile y en el mundo? ¿Hay alguna tendencia o temática que te llame especialmente la atención?

Creo que la poesía chilena goza de buena salud, yo empecé en la poesía a mediados de los 90 pero tengo la impresión que hoy en Chile hay un mayor movimiento poético. Esto se ve reflejado en la cantidad de editoriales pequeñas que publican poesía, y a veces uno se encuentra con gratas sorpresas en las ferias que las reúnen. Veo que muchos jóvenes se acercan a la poesía desde un interés genuino. Quizás me lo explico desde la caída de las grandes ideologías universales políticas o religiosas. Pienso que la poesía puede ser un buen medio en el abordaje de las grandes preguntas universales y que además puede dar sentido de pertenencia, algo tan importante para todo ser humano.

Ahora bien, desde las temáticas, veo mucha poesía política, que personalmente me aburre bastante, porque es muy fácil caer en facilismos o poesía panfletaria. No comulgo con la idea de utilizar la poesía desde una posible funcionalidad a ideas políticas. En los últimos años a mi me interesa más la poesía existencial o que intente rescatar migajas del misterio universal o de cada ser humano, desde las temáticas que nos unen (el dolor, amor, desamor, incertidumbre, soledad, miedos, asombro, deseo, grietas, etc.)


– ¿Cómo definirías tu propia ars poética? ¿Qué valores o principios fundamentales guían tu escritura?

Creo que ha ido mutando, mi primer libro “Poemas vecinos” tenía más que ver con una poesía social (de la cual reniego actualmente jajaja), el segundo “Tiempo reunido” tiene relación con la memoria, imágenes de infancia y los crujidos del crecer. Ahí desarrollé una poética de la derrota, que tiene que ver con asumir que no hay certezas de nada y que el “no sé” existencial es el que nos permite escuchar la palabra que brota del silencio. Como dice Jung “acepté el caos y a la noche siguiente se me presentó mi alma”, creo que el escribir tiene que ver con ese escuchar desde la incertidumbre total y vertiginosa. Y el libro que estoy por publicar, tiene que ver con seguir en ello, descubrir desde el vivir concreto y cotidiano nuestra conexión con el misterio que nunca resolveremos.

Parafraseando a Claudio Di Girólamo, creo que el misterio es la materia prima de la poesía, por los tanto el poeta siempre sale derrotado. Y hay que asumir esa derrota para poder escribir. Y veo en la poesía un medio para sumergirse en el misterio intentando encontrar alguna palabra o algún matiz de la experiencia del vivir.

Dicho lo anterior, a mí me obsesiona la idea de Hölderlin “poéticamente habita el ser humano esta tierra” y desde ahí siempre estoy tratando de comprender qué significa esto. Con mi amigo Francisco Jiménez (también de la Escuela poética) estamos escribiendo un texto hace tiempo, intentando descifrar qué es la dimensión poética. Buscando algo así como un rescate de esta dimensión que ha sido tan postergada a lo largo de los siglos, pero que nosotros creemos que es fundamental en el abordaje de la constatación de Sartre que plantea “todo ha sido descubierto, excepto cómo vivir”. Creo que lo poético puede dar algunas claves de ese cómo, principalmente en la “apertura a lo inesperado” como primera clave poética.


– ¿Cuáles son tus lecturas imprescindibles, tanto poéticas como no poéticas, que han influido en tu obra?

Yo entré a la poesía cuando descubrí a Jorge Teillier, me conectó desde la relación con la infancia como paraíso perdido (ahí donde sentíamos las cosas por primera vez) y esa nostalgia que no tiene cura. Luego me sumergí en Rilke, Eliot y sobre todo en Hölderlin, su libro Hiperion lo considero el gran libro de la poesía y narra como nadie el éxtasis de la conexión y el desamparo de la soledad y desamor. Desde las ideas de lo poético me conecto mucho con María Zambrano, Mallarmé y Paul Valery. Y de los chilenos me han influenciado Enrique Lihn, Cecilia Casanova y mi profesor universitario Eduardo Llanos Melussa. También Nicanor Parra y Guillermo Deisler desde la poesía visual.


– ¿Qué autores o poetas contemporáneos recomendarías hoy en día? ¿Alguna obra reciente que te haya impactado especialmente?

Un autor contemporáneo que siempre regreso, tanto desde su poesía como desde sus escritos de teoría poética es el argentino Hugo Mujica, me conecta su relación con el silencio y rescate del habitar poético de Heidegger. Su libro “La palabra inicial” lo he releído decenas de veces.

Otra autora que descubrí hace poco y me gustó mucho es la española Ada Salas, que escribe también sobre teoría poética, pero tiene poesía existencial muy interesante, recomiendo su antología “Escribir y borrar”.

Y de los chilenos, mi amigo Cristopher Rosales, que si bien ha escrito más prosa, su último libro “Padre débil” me parece una genialidad, es un ensayo poético psicológico sobre la figura del padre débil, que casi no está estudiado en psicología. Otro autor que sigo es Carlos Soto Román, me inspira su creatividad y poesía visual, con Naranja ediciones ha sacado unos libros maravillosos.


–¿Nos podrías dejar una selección de 8 poemas de tu autoría?


/

No hay adentro ni afuera

ni voces que me atraviesen

el temporal se vive a la intemperie


y no deja rastros en mis venas

el silencio retumba bajo tierra


oo

Romper el grafito en el papel

es mi forma de escarbar

Corroborar

que los huesos serán

desecho de gusanos


,

Hay que aprender a ser el rastro

que se pierde a la distancia


el olvido del niño

que no olvidaste


asumir que fuiste bruma

de quien su vida despejó


( )

La enjundia del nosotros

el gran anhelo

La herida

que jamás

escribiremos


Q ͜ ͡


Algún día

seré cicatriz

y volarán a casa

los pájaros

que dibujamos

cuando niños


U

El aire que nos roza

nos enseña a desaparecer,

el agua sigue

su goteo subterráneo

y el planeta flota

en el universo que une

el cordón de los zapatos


Ernesto González Barnert (Temuco, 1978). Poeta, cineasta y gestor cultural. Su obra poética ha sido reconocida con el Premio de Poesía Infantil de las Bibliotecas de Providencia [2023], Premio Pablo Neruda de Poesía Joven [2018], Premio Nacional de Poesía Mejor Obra Inédita [2014], Premio Nacional Eduardo Anguita [2009], Mención Honorífica del Concurso Internacional de Poesía Nueva York Poetry Press [2020] entre otros premios, becas y concursos de índole poético. Licenciado en Cine Documental de la Universidad Academia Humanismo Cristiano y Diplomado en Estética del Cine de la Escuela de Cine de Chile.

Productor Cultural de la Fundación Pablo Neruda. Reside en Santiago de Chile. 

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