POÉTICA DE LA MIRADA
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- 22 abr
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Por Julián Gutiérrez
Con sólo una pequeña sabiduría intuitiva
seremos capaces de ver claramente.
Ajahn Chah

Una visión más clara parece ser el efecto más evidente de la lucha de Derek Walcott (1930-2017) por nombrar un mundo percibido como amanecer. Hecho que ha redundado, a su vez, en una de las características más importantes de su poesía: la luminosidad. Es decir, la recreación de una realidad bañada por la luz: una naturaleza incesantemente clara o siempre iluminada, una maravilla visual que caracteriza a su Caribe natal mismo: esa realidad de luz y de gente bañada por la luz, como el propio poeta afirma.
Walcott, al descubrirse “testigo de los albores de una cultura en proceso de definirse, rama tras rama, hoja tras hoja, en ese amanecer que también está definiéndose”, descubre además su deber de poeta: “escribir de la abundante luz de cosas familiares / que están al borde de traducirse a noticias”. Responsabilidad que busca llevar a cabo desde la más profunda contemplación de la realidad.
En este sentido, esencial es entender las palabras del pintor Paul Cézanne, quien a menudo pintaba la misma escena una y otra vez. Un día, de pie a orillas de un río, le contó a su hijo que los motivos que veía se multiplicaban de tal modo “que creo que podría estar ocupado durante meses sin cambiar de lugar”. Lo que Cézanne buscaba lograr o ver, reelaborando infatigablemente el mismo paisaje, se lo escribió a modo de consejo a Émile Bernard: “Llega al corazón de lo que tienes delante… Para realizar progresos, sólo existe la naturaleza, y el ojo se forma a través del contacto con ella. Se vuelve concéntrico mediante la observación y el trabajo”.
Este pareciera ser también el proyecto central de Walcott. Él busca, desde la concentración y el éxtasis, captar la significación o el sentido del mundo, es decir, esa realidad oculta o secreta de lo cotidiano que se devela desde el amor, que es “inmovilidad y estancamiento”. Y ha sido esta capacidad de amar en la quietud la que le ha permitido llegar al corazón mismo de las cosas familiares. Pues, se trata de una quietud activa, capaz de oponerse a la prolongación de lo existente y, desde la detención –que es interrupción–, encontrarse con la excepcionalidad de las cosas y con la propia soberanía: la de quien mira y ama desde la quietud.
La mirada de Derek Walcott, Premio Nobel de Literatura 1992, deshace todas las imágenes tópicas de los turistas que reducen las Antillas a playas, bronceados y trovadores locales con sombreros de palma y camisas floreadas (un idilio irreal) y abre un nuevo camino de comprensión de la realidad caribeña. Porque, para Walcott, las Antillas es un lugar real, y es ahí donde la gran poesía, la gran conciencia creadora, se hinca y emerge: en esa realidad. Una realidad que es sobreabundancia y que, por consiguiente, con naturalidad nos sitúa en una región que, según Álvaro Pombo, es “religiosa: una zona de la conciencia del mundo, exaltado y expresado con devoción y con asombro, en un eterno ahora, al borde de la trascendencia” y donde nada pueden hacer los modelos del sistema que, con sus constructos y separaciones, se caen o desvanecen.
…y aquí en principio está el asombro: que la tierra es gozo
en medio de nuestra agonía, la tierra que la poseerá siempre:
el viento hace brillar las blancas piedras y las voces de los bajíos.
DEREK WALCOTT (Castries, Santa Lucía, 1930 – 2017). Poeta, dramaturgo y artista visual, Premio Nobel de Literatura 1992. Entre sus principales publicaciones traducidas al español se encuentran: El reino del caimito ([1979]1996); Testamento de Arkansas ([1987] 1994); Omeros ([1990] 1995); La abundancia ([1997] 2001).
JULIÁN GUTIÉRREZ (San Ignacio, Ñuble, 1972). Ha publicado los poemarios: Epopeya de la luz (2005), Pie de página (2008), Film de los paisajes (2010), Territorio extraño (2019) y La velocidad de los árboles (2022).
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