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A OJOS DE TODOS sobre "El suelo pesa" de Víctor Hugo Díaz

Por Julián Gutiérrez


 

Piensas la desaparición. Acaricias

la tiniebla cerebral…

Antonio Gamoneda



Teniendo en perspectiva toda la escritura de Víctor Hugo Díaz (Santiago, 1965), El suelo pesa (Santiago: Cuarto Propio, 2023), su más reciente publicación, parece confirmar a lo menos tres aspectos ya sabido y dichos, pero que no está de más reafirmar. Primero, que es parte de una poética de “identidad claramente delineada y consistente”. Segundo, que se construye a partir de “una mirada penetrante” y de una “serenidad y distanciamiento adecuados para conseguir una gran sutileza”. Tercero, que ubica a su autor como uno de los poetas sobresalientes de la “promoción Post-87” y de la poesía chilena actual.

 

Recordemos que, desde su emergencia pública en 1987, Víctor Hugo Díaz ostenta una trayectoria de más de 35 años de trabajo creativo, una obra compuesta por más de siete títulos publicados, además de importantes reconocimientos, varias recepciones críticas (de Gonzalo Millán, Carmen Foxley, Raquel Olea, Cristián Gómez, entre otros) y una excelente Antología de baja pureza (1987 -2013), publicada en México, que en el 2013 ya daba cuenta de la trascendencia de su consolidado proceso escritural. Al respecto, Cristián Gómez plantea: “Si la poesía circulara de la manera que debiera, un poeta como Víctor Hugo Díaz no necesitaría mayores presentaciones. Pero heme aquí, presentándolo para un público mayor… No es extraño que ocurra así: Díaz ha publicado su primera antología, pero lo ha hecho lejos de su Chile natal, en un México que lo ha acogido como visitante asiduo y como poeta por descubrir”.

 

Una constante de los libros de Víctor Hugo Díaz, y que es difícil obviar, son las portadas: cada una de ellas constituye un objeto de arte que provoca en el lector una experiencia poética de entrada. En este caso, las palabras del título “El suelo” va en horizontal y “pesa”, en vertical, hacia abajo, como reforzando la idea de “fuerza de gravedad” de la tierra y con ello, tal vez, “las dificultades” de la vida misma, modernamente entendida como “ascenso” o progreso constante. Noción que se complementa, poéticamente, con la fotografía de la parte inferior del tablero de un ascensor que muestra los botones de los pisos “1” y “2” y sus respectivos “-2” y “-1”, como posibilidades de descenso a los pisos inferiores y a la planta baja de un edificio: “descenso” a lo más bajo, como imagen de un “fracaso”, y al subsuelo, como alusión a zonas soterradas e invisibles de la realidad.

 

En su interior, El suelo pesa está compuesto de dos partes en la que se distribuyen, de manera desigual, una cantidad de 24 poemas elaborados a partir de lo que el autor mismo ha denominado: “la experiencia poética”. Es decir, el predominio del “descubrimiento o el “shock” antes que la (mera) página en blanco por llenar…”.  Noción que parece persistir como matriz estructurante de un sistema o conjunto de voces, forma predilecta que rehúye del yo íntimo o del predominio de la primera persona: “Prefiero las voces diferidas, distintos hablantes que buscan dar cuerpo a una voz pública encarnada en escenas, detalles (observación) y fragmentos que hagan levantar la mirada”, confiesa el poeta en una entrevista concedida a Julio Ortega.

 

De aquí que cada poema del libro parece constituir una escena que muestra —describe, narra e interpreta— situaciones habitadas por un “nosotros” desperdigado en torno a una urbe fragmentada y donde la percepción de la mirada pasa a ser el elemento articulador principal que da identidad a esta poesía. La que, en su dinámica, parece ir dando sustento a un imaginario de lucidez palpable y sutil, donde el desmoronamiento de lo humano parece ocurrir a vista y paciencia de todos:

 

El anciano que grita de puerta en puerta

comprando zapatos viejos

 

carga una bolsa llena de caminos usados

Paraderos

el Avalúo Fiscal del cuerpo

algunas herramientas.

 

Destreza perceptiva que, con la intención de mostrar o hacer visible aquello que los ojos normalizados no ven, destaca por la combinación sorpresiva de lo que en fotografía o cine serían: los planos y ángulos focales. Miradas de ojos “dron” que se van combinando con otras que ocurren “con un ojo cerrado” para —tal vez— “apuntar” aquello que “evade todos los ojos”: restos de algo que fue, resiste o que va en retirada. Como esa “luz del semáforo / que (justo) a esa hora / está cambiando de color”. Transcurrir de un cotidiano cuya sutileza está marcada por la relevancia significativa de los detalles:

 

A casi una pedrada de distancia

 

sobre el único cactus florecido

-ese que lleva su nombre-

hay una larva de insecto que predice el futuro

 

que llega a la vejez

y muere

 

en el único día de su vida.    

 

Hay en esta mirada, una forma comprensiva y de aproximación que refleja, por su dimensión crítica y política, un compromiso ético y estético con la realidad contextual del sujeto autoral. Esto, a través de señales que aluden a una situación global marcada por la catástrofe de un orden que ha errado el rumbo y se ha negado ver las graves consecuencias de su tozudez, y que, en lo local, se ve acrecentada por la instalación de un modelo administrado por una elite que, a ojos de todos, trabaja para poner cerrojos a cualquier esperanza. He aquí, entonces, las alusiones a “árboles sobrevivientes”, a “Esta (luz) que nadie sabe / si sigue encendida”, al deterioro de la naturaleza, a la hecatombe migratoria, y a un situarse siempre desde la perspectiva de sujetos degradados o desde lugares y objetos mínimos, como en “Donde pisas”:  

 

Las huellas esperan

 

listas a elegir un pie descalzo

al que adherirse

 

Para ellas el resto vive en otro país

en esquinas opuestas del viaje…

 

Oyen hablar de

pisadas abordando cargueros

-sus bodegas pobladas con gente ilegal-

 

De los gestos defensivos que hace el brazo

 

al fingir ser un árbol…

 

Como se puede ver, en esta ciudad de Víctor Hugo Díaz, entorno constante de su poética, los protagonistas son sujetos comunes que resisten mirando: “ven una película antigua / en donde el héroe es un espejo / y ya todos los actores han muerto”. Desoladora metáfora que, en este libro —como en los anteriores—, interpela sobre aquellos espacios deteriorados de la vida moderna. Más allá del privilegio que tradicionalmente la historia ha otorgado al rol del héroe, de aquellos que supuestamente son capaces de impulsar el progreso, estos poemas constituyen una vía de reflexión social distinta. Los sujetos que aquí adquieren presencia y protagonismo son más bien personajes que la historia desecha: ancianos, enfermos, migrantes, okupas, simples peatones que transitan en el sentido contrario de esa vía única que ha convertido a la ciudad en un lugar “donde no vivir”. Son estos, los “ignorados”, los que aquí hablan y provocan, recordándonos también que, a decir de Walter Benjamin, son ellos los depositarios verdaderos de la fuerza transformadora. No por nada la ideología imperante insiste en ocultarlos de nuestra mirada.

 

Las construcciones textuales de El suelo pesa, siguen el hilo de una suerte de “emoción trágica”. Su materialidad se inscribe en el sentido inevitable de una “ley de gravedad” que nos pone, una y otra vez, frente a una “Puerta sin Premio” y a una “Fecha de Vencimiento” que pone más “peso” sobre los hombros. Así, la “batalla” por la sobrevivencia, que cruza todo el libro, como un marcado recurso de intratextualidad, es complementada con ideas que aluden a: “oponentes y adversarios”, “armas y heridas”, “advertencias y peligros”, “partidas y viajes”, “ausencias y desapariciones”, “ciclos y finales”. Paradoja existencial. La de una vida atravesada por la constante falta, fragilidad y muerte. Desde allí es que esta poesía busca abrirse a una tierra de nadie, dibujando una especie de “arquitectura de una catástrofe” que se nos aparece cotidiana. El sujeto que transita por estos textos, además de dejar huellas del lastre de un combativo camino, resiste en el límite, transformando su decir en un conjunto de “envíos” narrativos: un honesto ejercicio de la palabra como testimonio de una (im)posibilidad doble: la de la vida y del decir mismo.

 

Con todo, El suelo pesa deja en claro el compromiso del autor con su historia y su escritura, marcando, así, la consistencia de un trabajo sostenido y con rasgos propios, que sitúan a Víctor Hugo Díaz, sin lugar a duda, como voz ineludible en el contexto poético actual. Tanto como integrante del segmento promocional Post-87 (del que formó parte junto a Jesús Sepúlveda, Guillermo Valenzuela, Malú Urriola, entre otros/as), como por su aporte poético:  su huella de origen entronca con un imaginario vinculado a una época de devastación y tristeza y a una urbe marginal, azotada por el neoliberalismo y la despolitización. Esto hace que su poesía desborde fronteras, confluyendo, así, con la de otros autores latinoamericanos como las del grupo Kloaka (Mariela Dreyfus, Domingo de Ramos, Roger Santiváñez) de Perú, Fabián Casas de Argentina o Luis Chaves de Costa Rica, por nombrar a algunos. Autores que, desde su emergencia finisecular, asumen una postura política a partir de la incorporación de sujetos descentrados, que abordan un transcurrir extrañado dentro de una ciudad cuyo orden es claramente cuestionado, por lo que dejan en evidencia, como en el caso de Díaz, de su irreversible fragilidad para el habitar humano. Todo, “a plena luz, a ojos de todos”.

 

REFERENCIAS:

Benjamin, Walter. Escritos políticos. Trad. Alfredo Brotons y Jorge Navarro. Madrid: Abada, 2012.

Foxley, Carmen. “La poesía de Víctor Hugo Díaz”. Proyecto Patrimonio. Nov. 2023. http://www.letras.mysite.com/diaz2.htm

Gómez, Cristián. “Díaz, Víctor Hugo: público y privado”. Periódico de Poesía.  70 (2014). Nov. 2023. http://www.archivopdp.unam.mx/index.php

Millán, Gonzalo. “Sobre Lugares de uso.” Lugares de Uso. Víctor Hugo Díaz. Santiago: Cuarto Propio, 2000.

Olea, Raquel. “Lugares de uso de Víctor Hugo Díaz”. Revista INTI. 55-56 (2002):187-190.

Ortega, Julio. “La poesía joven, un gesto en proceso y desarrollo”. Proyecto Patrimonio. Nov. 2023. http://letras.mysite.com/vhd100511.html

 

 

 VÍCTOR HUGO DÍAZ (Santiago, 1965). Ha publicado, entre otros: La comarca de los senos caídos (1987), Doble vida (1989), Lugares de uso (2000), No tocar (2003), Falta (2007), Lo puro puesto (2018) y Antología de baja pureza (1987-2013) publicada en México en 2013. Su obra y trayectoria ha sido reconocida con el Premio Pablo Neruda 2004. Además, su poesía ha sido publicada en diversas revistas y antologías, y cuenta con numerosos trabajos críticos.

 

JULIÁN GUTIÉRREZ (San Ignacio, Ñuble, 1972). Ha publicado los poemarios: Epopeya de la luz (2005), Pie de página (2008), Film de los paisajes (2010), Territorio extraño (2019) y La velocidad de los árboles (2022). Responsable de las antologías: Panorámica de la poesía de Maipú (2006), Ricardo Navia: Cantos a la muerte (2008) y Fin de Siglo: nueva poesía chilena de los 80 (2009).

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