A veces se me aparecen
los cuatro perros enterrados en mi patio.
Son cinco perros creciendo en la memoria
son mil visiones que adentran a su mudez
es un solo patio frío
como la cancha de Chile.
Una imagen para no borrar,
mi madre intentando salvar una tórtola herida
en nuestro jardín.
Pero cuántas aves muertas desde el principio, madre,
y alas arrancadas
desde que me diste a la turbia claridad de estar vivo.
Yo mismo volé para llegar a hoy y escribir esto
herido y curado de muchos días.
Cuántas vendas inútiles
para alas que deben perderse
y cuánto vuelo hasta el polvo.
Esta tórtola está muy mal
no se salvará -dices despacio-.
Este día ya voló lejos
con todas nuestras heridas y tiernas cicatrices
y yo apenas amarré una tira de cartón ahí,
toqué la pequeña sangre y la fugacidad
el imposible quedarse y las garras felinas.
Toqué entonces la guerra animal
y la evolución de la especie.
Esta tórtola es también mis manos clavadas
y la impotencia de mi madre.
Toqué, tocamos
la muerte rotunda.
Si un pájaro sangra
se prueba el dolor del mundo.
Has visto cuando nieva
y caen todas las cosas que nunca pensamos
caerían de una vez
como una dulce catástrofe blanca
hiriendo y sanando?
Así eres tú.
El exilio íntimo del ser.
Un hombre que respira el mundo entre copos
las aristas en su sangre y las hojas,
el filo que penetra con la misma fuerza
la memoria de muchos hombres;
así soy yo.
Todo lo que cae somos nosotros
y las manos rojas, oscuras
en el rencor y la muerte.
Pero la nieve del sueño
permanece.
Todo lo que sé hacia el mar se deshace.
Y lejos, la niña llamada Rhoda
hace flotar pequeñas figuras en un estanque;
sólo pétalos blancos que nunca serán barcos.
Y, sin embargo, la mujer que crea a Rhoda
y la ilusión de las pequeñas naves
se ahoga en ese estanque sin fin.
Es el agua, quedamente,
espejo de lo que pudimos ser en otro sitio.
Siempre duele un país más alto,
una isla cubierta de niebla
y Virginia buscando ciega su mar.
Es también el agua definitiva de un hombre
y en esa maraña de soledad el día que aún no,
un país que se alza de sus grietas
con nuestro propio semblante.
Y los rostros de la vida anegada;
El rostro dulce y trágico de Virginia Woolf
El rostro de Alfonsina eternamente desnuda
El rostro de *Marta Ugarte lanzada al mar
en un saco de horror.
*Marta Ugarte; detenida desaparecida, víctima de la dictadura, 1976.
Los remolinos se detienen como una vida
y él en su profundo lecho ya no los ve girar.
Campo de los hombres remolino.
Aspas sobre el silencio extendido
junto a las siemprevivas y las cruces.
Aquí a la mano los colores más brillantes
y hasta el viento a favor de ese silencio.
Aspas que se agitan como brazos bajo las nubes.
No alcanzaría a leer en un año
las fechas y los nombres en la piedra corroída.
Aunque tenaz sobrevuela el recuerdo la tarde
no estás allí,
no puedes ser solamente
la dura historia que te precede;
las fábricas y el exceso,
la pulsión de correr la juventud en una cancha de tierra
como huyendo de esta tarde.
Sé -creo saberlo-,
que muchos pasos se restan hacia la noche
donde se clava el silencio
y terminan todas las canchas.
Correr sin hijos esta cancha,
la piedra innumerable.
Palparse los costados solos en la noche final.
Pero al menos escribí,
manché una página de muchas manos
que ni siquiera saben que vienen escribiendo siempre.
Y planté un árbol para derribar dos,
beso y hachazo en el recuerdo
y sin hijos
sin pequeñas rodillas para curar
como una vez mi madre
y ahora ella las mías.
Costados solos a la noche entonces
y detenerse frente al árbol que crece
y el que se pudre,
el libro
y el hijo que no cruzará esta cancha
en mi nombre.
El dolor tiene manos que crecen ¿lo sabes?
Tiene sexo
penetra y deja hundirse hasta después del dolor.
Para quienes creen que no sé a dónde voy;
voy a seguir escribiendo poesía.
Será como llegar a un pueblo que no conozco
y preguntar por la mujer abismo en la noche.
Hallar una posada parecida a la infancia
con inquilinos como hermanos que también crecieron
demasiado rápido
y el mejor patio para matar bichos y esconderse.
Debe haber un buen trabajo para mí allá;
sé escribir cartas que se pierden y canciones de brisa
puedo leer la madrugada y pintar animales de cartón.
Sé apurar el vino del padre
y abrazar el aire de los amigos
que me dejaron
con una copa sola temblando en la mano.
Será como quedarse un poco en las cosas enterradas
y convertirme en la piedra que no teme al sol inclemente
ni a la próxima tormenta.
Será como amar algo afuera cuando ya nadie más
y de esto nazcan todas las pestes.
Pero si despierto de golpe sin llegar a ningún pueblo
y sólo el abismo de ella.
Si ya no hay dónde llegar en la noche, posada en el sueño
hermanos, padres ni amigos muertos en la pesadilla,
si no hay patio claro ni bichos por nacer en la palma de un niño
ni trabajos puros para el hombre.
Si ya no hubiese libros ni vino en la noche de un viejo
ni nada digno de esperar hacia el amanecer;
aun así
quisiera seguir escribiendo poesía.
Marco Antonio Ravanales (Santiago). Ha dedicado gran parte de su vida a escribir, sobre todo poesía, y en este trayecto ha recibido varios reconocimientos a nivel Municipal y Nacional, uno en Barcelona, y también ha sido incluido en diversas antologías. Beca de creación Fondo del libro, 2022; Primer premio de poesía José M. Valverde, Barcelona 2015; Primer lugar premio Municipal de literatura de San Bernardo 2015, 2013, 2011; Primer lugar en Certamen Nacional, Premio “Gonzalo Rojas Pizarro”, Lebu 2012, entre otros. Ha publicado escasamente y en bajas tiradas dos libros de poesía. Casi toda su obra permanece inédita. Carnaza (Mago Editores) fue recientemente lanzado.
Gracias por el bello espacio de difusión Sergio. Un abrazo.