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¿HASTA DÓNDE SE PUEDE ESTIRAR EL ELÁSTICO DE LA POESÍA?

Actualizado: 5 jul 2021


 

Por Sergio Mansilla


Nota sobre No era yo esa persona, de Cristian Cruz


Nunca se sabe cuán monstruosa es o puede llegar a ser la normalidad de la vida cotidiana; allí donde parece que nada sucede, sucede todo: la comedia y la tragedia a un tiempo, los momentos más líricos imbricados con aquellos que se caracterizan por su prosaísmo más grosero, la bondad y la perversidad juntas, la paz y la guerra del amor y del desamor. Cristian Cruz en este libro, con implacable realismo —un realismo lírico, habría que acotar— nos sumerge en una atmósfera de vidas rompiéndose, vidas que no son protagonistas de épica heroica alguna (salvo la de sobrevivir en el páramo de los desafectos). En este conjunto de poemas nos adentramos en el mar ácido de relaciones de pareja o de familia dañadas hasta lo indecible cuyos protagonistas de semejante drama son como modernos Prometeos encadenados: se comen las entrañas unos a otros por la eternidad.

Ante tamaño desastre el poeta exclama: “No existe problema alguno; hemos sobrevivido al tiempo, / al espacio y a las apariencias” (“En concreto”). Parece una ironía tal sentencia. Y lo es, porque lo que más hay en el entorno de los personajes del libro son problemas. Pero también no lo es. Y no lo es porque en el intríngulis de una realidad que hace agua por todos lados, la poesía viene a ser lo único que da garantía de que flotaremos siempre. En la escritura de Cruz la poesía es la vida misma; una energía simbólica que está aquí y allá, reverbera incluso en la prosaica lista de compras en el almacén escrita invasivamente “encima de poemas”, raro palimpsesto que evidencia, por un lado, cuán poco pesa la poesía ante la necesidad urgente de no olvidar que hay que procurarse bienes para sobrevivir en el día día. Por otro, y en sentido frontalmente opuesto, indica a las claras que el poema sigue ahí, que no se ha borrado, que desde su condición de subtexto de la vida no cesa de producir sentido, por más precario que parezca, aun si son poco o nada prácticos los significados a los que el poema nos expone y nos confronta. Sólo a la poesía le está permitido decir “No existe problema alguno”. ¿Cómo va a haber problema si después de todo se puede seguir escribiendo? Porque para un poeta escribir es vivir.

No era yo esa persona se puede, entonces, leer desde dos frentes simultáneos o, mejor, se lo puede concebir como un escrito de aquella fisura que separa los bloques del vivir. En un lado queda el poeta, ahora como un tipo sin suerte, como tantos que, de una u otra manera, son despellejados por las agraces circunstancias de los días que se suceden impertérritos y sin pausa. En el otro lado, el mismo poeta que, no obstante, escribe: da cuenta de las pérdidas convirtiéndolas, precisamente, en escritos de la fisura, en los que el poeta, con una lucidez que no hace concesiones a falsas esperanzas, reconoce la miseria, su miseria, como lo expresa Cruz en el poema “Proceso”:


Me piden que escriba como el libro anterior.

Sí, pero ahí era un tipo con suerte;

despertaba y aparecía un poema

mi mujer me amaba, se notaba.

A quien se siente amado;

le llegan poemas, le miran por la calle.

Las cosas se dan de tal manera

/que puedes abusar de tu buen momento.

Con el tiempo suceden trastornos,

/las cosas se enfrían,

y el amor, la poesía se alejan.

Todo es apenas un lago que chorrea óxido de tus ojos.


¿Y entonces que? Pues nada. Nada porque “no era yo esa persona”, aunque tal vez sí lo era. La verdad, el hablante no recuerda si era o no era esa persona del pasado que dicen que era él. Pero como el otro —más bien la otra— le insiste con tal convencimiento en que sí lo era, no habrá más remedio que rendirse a la idea de que no somos necesariamente lo que pensamos, recordamos y creemos de nosotros mismos, sino que somos —y quizás de un modo extremadamente decisivo, sobre todo en el terreno de las relaciones humanas— lo que nuestros seres amados (o alguna vez amados) dicen de nosotros y, muy especialmente, lo que ellos hacen (o hicieron) en y con nosotros. Escribir poesía en esta escena es una “batalla humana” por ganar algo de espacio propio, algo de libertad incontaminada, así no sea esta victoria un puro acto de discurso, como el acto de escribir poesía, el que, en la atmósfera poética de Cruz, no es sino la práctica de leer/escribir el poema que está debajo de la prosaica superficie del existir cotidiano. El poema con que se clausura el libro es, al respecto, decidor: la imagen del poeta “como un loco que se lanza en benji para matar el miedo” —comparación que da título al poema— equivale, me parece, a arrojarse al vacío del poema, estirar la cuerda al máximo sin llegar a estrellarse contra el suelo; correr siempre el riesgo de despegar hacia las profundidades, hacia lo que está abajo, pero amarrado al puente, ese puente que une y separa el pasado y el presente, el yo y los otros, y las otras, la palabra y la nada. Y confiar en que la cuerda elástica del corazón no se rompa y todo termine en el desbarrancadero.


Entonces el puente sigue siendo la base,

/el Cabo Cañaveral donde

/despegas con tu poema hacia las profundidades,

la distancia entre la primera letra

/y el final del texto que se alarga,

para los efectos; el remate del elástico.


La poesía no cesa de suturar la fisura, la herida. El poema sigue ahí reclamando su derecho a existir en el paisaje de unos días en que por ratos todo parece un mal sueño; un sueño desgraciadamente demasiado real, demasiado vacío, para ser de verdad un mal sueño.


Selección


En concreto


El poeta Donald Davie nació en Inglaterra en 1922,

de él sé pequeños datos de una antología.

Mi padre; que terminó de colero en las ferias de Pudahuel,

murió dos días antes que Davie

/ en septiembre del 95.

Por ese entonces yo había robado un par de autos

/ para quemarlos después cerca del aeropuerto.

Está claro: no existe nada que ligue todo lo anterior.

Tres vidas movidas al unísono;

Davie, mi padre, y una conexión de cables

/ bajo un volante.

Yo afeité a mi papá antes que se pusiese frío.

El hisopo maquillaba su cara verduzca con espuma,

luego la Gillette haciendo su trabajo.

A Davie lo prepararon en una funeraria londinense

/para que recibiera los ritos protestantes.

En concreto; existe una desaparición hace 25 años,

aunque se puede oler la colonia inglesa

/después de la afeitada,

leer los poemas de Davie de vez en cuando.

Todos podemos desaparecer de verdad,

/regresar y afeitarnos de nuevo.

O conducir un auto de un lado a otro sin

/mayores obligaciones.

Yo fijé en un punto la mirada,

los dos muertos del poema la fijaron sobre mí.

No existe problema alguno; hemos sobrevivido

/al tiempo,

/al espacio y las apariencias.



El Día que no salió el Sol


Sacó la basura bajo un claroscuro hacia la calle.

Las montañas del Oeste ya debían haber brillado

/y enrojecido.

Juntó la ropa sucia después de la ducha,

dio un vistazo por la ventanilla del baño

/y el claroscuro permanecía.

hizo algunas llamadas;

/del otro lado escuchó risas,

peticiones de dinero, invitaciones a comer.

Miró hacia las montañas y se sentó a esperar

/frente a su libreta la salida del Sol.

Sonó el teléfono diciendo que el auto estaba

/ listo en el taller;

le aconsejaban que se comprase otro

que los repuestos estaban descontinuados

que era la última vez que lo recibirían.

Pensó en los pescadores que no encontraron más que

/barro después de los aluviones de enero.

Eso podría ser motivo para escribir,

pero había un Sol que no despuntaba en la Cordillera.

Todo se mantenía igual que la noche anterior,

cuando se durmió abrazado por una oscuridad más

/pesada que su sueño.

Abandonó la libreta

Y aún estaban allí aquellas montañas desprovistas de luz.

Respiró muy hondo para encender sus faros

/de emergencia

y así, sin parar, sin detenerse.



Asunto de fe


¿Has escrito últimamente?

Lo he intentado, pero es difícil.

Es algo que va más allá de toda secta o amuleto

remos dibujando las ondas que llegan a la orilla,

encarnación del recolector de cochayuyo que

/levanta sus poemas en la playa.

Sin optimismos ni fracasos

/un asunto de fe;

La última hoja desprendiéndose del Olmo.

La primera vaina estallando en el jacarandá.



Estilo


Para esperar tu turno en la fila;

(banco, oficina de correos, registro civil,

/dos horas con diez minutos)

Para una discusión con tu mujer en la calle;

el portazo al auto, algunos insultos a distancia

/y quisieras desaparecer.

(Yo solamente iba pasando por el borde de la imagen).

Como si la indiferencia, la gentifobia, el control.

Nado sincronizado en la charca.

Habilidad de observación en la neblina.

Para marcharte y regresar con asombro.

Al envejecer y extinguirse, debes raspar

/ la olla de tu estilo.

Al tocar la puerta de Buda,

reencarnar y volver al vagabundeo por las calles,

/notarás como sin darte cuenta;

que habita una especie de plancton en las zonas

/más sencillas de tu forma,

como unas manos tatuadas en la caverna,

como el acento que colocas al decir;

“Oye cariño, vístete, vamos a dar una vuelta por el campo

tengo cervezas y comida en el auto”


 

Sergio Hernán Mansilla Torres (Achao, 1958): Profesor, investigador, escritor y poeta chileno vinculado al movimiento cultural Aumen de Chiloé y al Grupo Índice de Valdivia.​ Es Profesor de Castellano y Filosofía de la Universidad Austral de Chile y PhD en Romance Languages and Literature de la Universidad de Washington, Seattle. Actualmente se desempeña como académico del Instituto de Lingüística y Literatura de la Universidad Austral de Chile​ y es miembro de la Academia Chilena de la Lengua.

Ha publicado ​Noche de agua (1986). El sol y los acorralados danzantes (1991), En libre plática. Propuestas de lectura sobre una cierta zona de la poesía chilena, Aproximaciones a la poesía de Jorge Torres (1994), De la huella sin pie (1995), La poesía como experiencia de lenguaje y libertad creadora. Módulo de Poesía (1998), Abrazo austral. Poesía del sur de Argentina y Chile (2000), en colaboración con María Eugenia Correas, ¿Cómo puntuar correctamente en español? (Manual de puntuación) (2000), Respirar en el desfiladero (2000), De la huella sin pie (2000), Culturas en crisis: versiones y perversiones sobre nosotros y los otros (2002), El paraíso vedado. Ensayos sobre poesía chilena del contragolpe 1975-1995 (2002, 2010), La enseñanza de la literatura como práctica de liberación (Hacia una epistemología crítica de la literatura) (2003) y más recientemente Sentido de lugar. Ensayos sobre poesía chilena de los territorios sur-patagónicos (2021).


Cristian Cruz (San Felipe, 1973): Ha publicado los libros: Pequeño País (2000), Fervor del Regreso (2002), Papeles en el Claroscuro (crónicas literarias, Valparaíso 2003), La fábula y el tedio (2003), Reducciones (2008); Dónde iremos esta noche (2015); Entre el cielo y a tierra, Antología poética (2015); La aldea de Kiang después de la muerte (2017). Junto al poeta Ricardo Herrera publica en el 2005 Bar, Antología de poesía chilena, Ediciones Casa de Barro. Recibe el premio Alerce de la Sociedad de Escritores de Chile, 2003 por el libro La fábula y el tedio. Ha sido incluido en distintas antologías de poesía chilena y extranjera.







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