Por Eleonor Concha
Este libro de la escritora que entonces era Ingrid Escobar Melio, hoy, Ingrid Millaleo Pincheti, de la editorial Piedra (2017) cuenta de tres partes: Pérdida (del lóbulo), Locura y Muerte.
Lo primero que aparece en el texto, de versos eminentemente sobrecogedores, es el epígrafe constituido por unos versos de Víctor Hugo Díaz, el poeta chileno de la generación post 87´y maestro reconocido de la autora, funciona como advertencia al lector y que nos prepara para las primeras preguntas que surgen al leer: ¿Qué es el cerebro sino el guardián de nuestros recuerdos y el depositario de nuestras vivencias? ¿Qué son los vínculos sin el recuerdo? El hablante describe su propio cerebro como agotado, contrito, ahogado y, extrañamente, ecuánime, nos preguntamos ¿Qué cerebro puede ser al tiempo ahogado y ecuánime? Sin duda aquel “brutalmente pobre / a la orilla del río (poema II) espacio donde la opresión externa -el ahogo y el agotamiento- se une con la expresión de lo justo, lo ecuánime, en un espacio tres veces helado, donde el frío cala los huesos del hablante, aterido de frío, de pena y de pobreza.
La propuesta de lobotomizarse, horadar el cráneo y penetrar la masa gris, romper las sinapsis y destruir con ello el yo mismo del hablante, su memoria, es otra forma de suicidio. El hablante lírico desea morir para el resto, especialmente, para quienes la forzaron, atacaron y abandonaron.
Así, el hablante lírico rechaza ser el vivo retrato de sus padres (poema III), puesto que no puedes ser el retrato de aquello que no guardas en la memoria, arroja lejos de sí aquella foto desteñida de sus progenitores y podemos, como lectores y observadores de la tumultuosa lucha del hablante, percibir aquel borronamiento de la memoria, donde ésta arroja lejos de sí el recuerdo de unos padres “deformes”, y hace surgir de la rabia, un cerebro ecuánime y absoluto, que ha dictado sentencia respecto de un calvario infantil, sin embargo, a la hora de la memoria, guarda algunos recuerdos medio a tientas, de reojo, en el canasto chino bordado por su madre (poema I)
Hay en los poemas la desesperación de quien recuerda, hablante que cual Hansel y Gretel, guarda migajas para lanzar y no perderse en un camino cuyo tránsito está transido de dolor, migajas que le permiten aún en los momentos -en que su cuerpo está entregado a la fría eficacia médica que se expresa en el poema IV- recorrer los pasillos clínicos “tras la hebra de [la] madre perdida”.
Así expresa el hablante, en un poema sobrecogedor:
“Yo era sólo una
Guardando migajas en mi cráneo
Visiones como pájaros
Esperando batir alas en una libertad frenética:”
Hay en las líneas y versos del texto mucha rabia y pavor de sí, por eso lobotomizarse parece ser el medio para ser aquello que sería lo deseable, estar dentro de lo esperado. El hablante lirico reciente no ser aquella que puede olvidar y perdonar, aquella que pueda dejar de sentir en los huesos el dolor de las noches en la intemperie, sufriente y aterida, así podemos sentir el odio que trasunta muchos de los versos entregados en las páginas del libro, un odio mezclado de profunda ira que inevitablemente, es una cobertura del dolor. El dolor cuando no puede ser expresado, se transforma en rabia, sobre todo en una “ciudad enconada en la herida perpetua…” (poema V)
La memoria se torna sospechosa, no sólo por ese primer verso del texto: “Ya no tengo recuerdos / a la altura de los hechos” sino que por aquellos domingos sospechosos, que en realidad no pudieron ser. El hablante nos introduce en la posibilidad de existencia de una memoria que cambia los hechos, “Hilarantes recuerdos danzan / al compás de un reloj de tiempo / vuelvo el rostro hacia mi memoria sospechosa” nos dice en el poema V del texto. La imagen “reloj de tiempo” alude a relojes que marcan otras cosas, el tiempo entra como categoría en el poema, y le vemos caer, como la arena en un reloj o como el sol que danza entre las manijas inexistentes de un reloj de sol, ¿cómo se mueve entonces un reloj de tiempo? La muerte es la respuesta, la única, puesto que sólo la muerte fija el tiempo, y establece el antes y el después, me pregunto si acaso hay algún reloj de olvido o de memoria, al menos hay uno del fin del mundo, de aquel que vuelve a la nada.
Hacia el poema VI el hablante lírico parece haber tornado al presente, sin embargo, aún la memoria no ha sido exorcizada, y parece volcarse hacia el horror dictatorial, todo habla en este poema de los perdidos, de los detenidos y hechos desaparecer por la maldad cívico militar, el botón perdido del vestido, el nombre olvidado que flota, los campos sembrados de arena y buitres, el grito final de: “no pereceré muda / penetrada por la sal a un camino / que no escogí” y con este reclamo de no perder la voz y el nombre, el hablante lírico comienza un camino diferente, escogido, reconoce a otras que marchan a su lado, y sigue esperando una lobotomía que le quite de sí, ese sentirse “inconveniente”, una lobotomía que le permita “enmudecer en la República muerta / caminar derecho por el parque / dejando de cargar al muerto” (poema VII). En este último juego de palabras hay un atisbo de humor, un pequeño respiro en este texto duro y apremiante.
Entramos desde el poema VIII en la segunda parte del libro, Locura, cuando creemos que la lobotomía ha sucedido, entra entonces la locura en escena y esta mise en scène tiene un nombre, la alienación del espectador que mira extrañado la noticia incoherente -loca- donde se observa una carta astral en la cual el movimiento de los planetas son la excusa para el llanto (poema VIII). Así vemos versos de magia negra, de amarre que ennegrece la punta de los pies, de culpa y de sospecha, de memoria oscura, de sangre perdida, de profunda desaparición.
Caminar por los versos de este libro, es descubrir la infancia abandonada, las mujeres solas en la crianza de sus hijos, el huacherío del mundo, los pobres, aquellos que han sentido hambre y dolor, los que viven en la carencia del día a día. Porque, ¿Qué es un niño emplumado sino el Dios que vive en nosotros, pueblos de sangre indígena? No es el Dios semejante a aquel delgado, tísico, de los dípticos de la Colonia, es un Dios emplumado, niño, con lengua de víbora, uno que tiene que decir la palabra venenosa –cargada de verdad- y que nace en la boca del hablante ante el terror del Dios que tañe en las Iglesias (poema X).
La aparición del signo “huacho” coloca al hablante en el bajo pueblo, en el mundo popular que reconoce como propio, no es un visitante de la precariedad, es la voz de los niños perdidos y sin padre, la que mira como “a veces, vienen los evangélicos / y ordenan el dormitorio de los huachos!” (poema XI).
La labor del hablante-poeta se hace amarga, no tiene descanso, y hasta las hormigas roban todo lo dulce y bello (poema XII) y por ese motivo comienza a aparecer una y otra vez las ideas de muerte, lo fúnebre y con ello, el ejercicio consciente de la memoria, de reconocer el nombre de los otros.
Leer este libro es recorrer las calles de la Dictadura y de esta Democracia en donde pocos los tienen todo, y el resto mira desde el río, solo y frío, hacia las ventanas de la opulencia.
Hay dolor también, y la búsqueda desesperada de la paz, el hablante recurre entonces a la lobotomía como forma de escape, pero hay niños, hay amores, hay seres que le atraen a este lado del mundo, y la lobotomía, deseada, se posterga sólo para adentrarse en la muerte, la última parte del texto, donde vemos a los parias del mundo popular, a los que vienen y van siempre al mismo sitio, hijos de un purgatorio que no termina, habitantes del mal, “adormecidos a luca y a mil” (poema XV).
Las imágenes surgidas golpean al lector, lo llevan a los espacios ignorados, ocultos, despreciados de la propia desesperación existencial. Hay un Sartre gritando tras estos versos, una Simone de Beauvoir, indicando que si no luchas estás perdida, hay un cruce insólito, una quimera entre existencialismo y feminismo, el monstruo de la lobotomía se asemeja al horror más profundo de los psiquiátricos del mundo, las bocas ávidas de pastillas, los médicos aplicando las torturas del cuerpo creyendo que salvar la mente es la tranquilidad del punto 0, de no ser nada, lobotomícese que quedará tranquila para siempre, aplique un electro shock, la vía rápida para curar ese dolor del abandono de la primera infancia.
Veo las imágenes de delantales blancos y asesinos a sueldo tras los versos del hablante, y niños caminando intentando ser invisibles, expuestos como carnada de perversos, ante lo cual sólo queda sujetarse a una soga que le acoge con dulzura (poema XIX).
Este libro trae al mundo, al espacio literario, el dolor del mundo popular, y en sus versos, podrá ver reflejados los rostros de ese noventa por ciento que este país se esfuerza por ignorar, voces silenciadas que el hablante lírico reproduce, con el más potente megáfono, sujeto en los oídos de los ricos de Chile.
Ingrid Millaleo Pincheti (Ingrid Escobar Melio, Santiago de Chile, 1975), terapeuta ocupacional, librera y poeta, tallerista de Germán Carrasco y Dámaris Calderón, invitada a festivales poéticos a lo largo del país, festival de arte penitenciario en Valparaíso, Matute poético en Iquique, entre otros. Antologada en páginas web, revistas y antologías poéticas como Simpson 7 de la Sech, VaronA de Calibrar ediciones, Santiago Locura y Pánico de Santiago Ander. En el año 2015 lanza su 1er poemario, La Mal Agestá y año 2017 su segundo trabajo Lobotomía. Actualmente trabaja en su tercera entrega y organiza junto con otros poetas y cantautores los encuentros poético musicales Las Pebre Sessions.
Eleonor Concha Venegas (Santiago de Chile, 1972). Abogada de la Universidad de Chile, Magister en literatura chilena e hispanoamericana en la Universidad de Playa Ancha (2022). En el año 2016 publicó su primer libro de poemas con RIL Editores cuyo nombre es Par de Dos, el año 2018 publicó con Mago Editores su segundo poemario llamado Viceversa, y en el mismo año recibió el primer premio del concurso nacional de poesía Oscar Castro, con el poemario El dolor de los huérfanos. El año 2021, se lanza una nueva edición del mismo libro, esta vez por Mago Editores, parte de la colección poeta Raúl Zurita y a la vez, en la misma casa editorial, publicó el libro Nosotros, los suicidas, en la colección Escritores Chilenos y Latinoamericanos.
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