Club privado
Nos tomamos una copa antes de las 7 de la
/tarde
para las 11 ya estamos todos borrachos.
Debiera salir al jardín y bailar desnudo
sobre el húmedo césped recién cortado,
y esperar las lluvias tan usuales en junio,
y el arribo de dioses divertidos y obscenos—
pero eso no sería una fiesta sino un escándalo,
patrullas policiales y la vergüenza del arresto.
Entonces, antes de caerme al suelo
vislumbro hermosas catedrales de vidrio
y obispos purpurados con puntiagudos
/sobreros,
pero luego recuerdo a los cerdos y sus delitos
y sacudo la cabeza para librarme de visiones tan
/horrendas.
Entonces —y aun con la copa en la mano
y la mirada reprobatoria de Claudia—
hablo de una biblioteca con infinitos anaqueles
donde existe un lugar secreto
para hacer el amor rodeado de libros,
propongo clubes privados abiertos para todos,
casas donde nadie guarde una pistola en la mesa de noche.
Mis amigos alzan sus copas y brindan
sin saber cómo o por qué hemos arribado a esta larga noche.
A las 11 me hundo en el largo sueño americano
empapado de vodka y rodajas de limón.
God from 12 to 1
Para Luis y Rachel
And silently impressed me
With the idea it might contain love
Beyond all measure
This I think of when I pray.
Todd Swiff
Frente al pórtico de entrada de la Capilla de St. Joseph
pienso en dios y en su interminable universo,
pero no hemos venido aquí a admirar
el poder de dios
ni a congraciarnos con nosotros mismos.
En este lugar se mencionará
el nombre de los que han muerto en forma terrible
y es nuestro deber inclinar la cabeza y aceptar
que donde hay silencio también podría haber amor.
Observo a los fieles habituales
sentados
sin una expresión mayor,
a los que saben que –aunque la fe
es una materia difícil de dominar–
existe la gracia; y levantan los ojos
cada vez que vienen hasta aquí
para escapar también del tiempo y la muerte.
¿Son todos estos ruegos escuchados?
¿A quién beneficia la aparición del milagro?
¿Quién fortalece su fe con una prueba innecesaria?
El oficio comienza
y el sacerdote lee la biblia en inglés.
Sus movimientos mecánicos y absolutos
me recuerdan a un dios que existe entre 12 y 1 pm,
pero yo no he venido hasta aquí
para repetir un ritual en un idioma extranjero
ni para congraciarme conmigo mismo.
Y, aun así –mientras las velas iluminan
débilmente el atrio superior,
y los asistentes comulgan en silencio
sin cuestionar el poder de Dios–,
yo trato de igual manera de vencerme a mí mismo
y entender por qué hace cinco años
alguien tan joven se ha quitado la vida.
Veo a sus padres a un costado.
Su madre permanece en silencio,
mientras alguien le sostiene la mano.
Su padre se arrodilla y en silencio ora.
Entonces dejo de pensar en dios y en mí,
para comprobar que si dios existe
(como debiera existir);
no existe en mí sino justo a mi costado
perseverando, a pesar de todo, en un amor
más allá de cualquier medida y dificultad,
en la Capilla de St. Joseph
en Norman-Oklahoma, de 12 a 1 pm.
Un trapo sucio de algodón
Intenta alabar al mundo herido.
Adam Zagajewski
“Intenta alabar al mundo herido”,
la gruesa espuma del vino rojo,
sangre de los poetas vivos y muertos,
los tediosos viajes y los libros leídos,
el sexo que alguna vez fue
como una estrella lanzada al vacío.
Intenta alabar al mundo herido,
oscuro y ansioso, sin significación ninguna,
como tú y yo, en las eternas ciudades
y sus cementerios de polvo blanco.
Intenta alabar al mundo herido
porque todo mundo es ajeno
y ya no vives en tu país ni en ningún otro.
No hay recuerdos limpios o claros
porque ahora la memoria
es como un sucio trapo de algodón
con el cual ya no puedes lavarte las manos.
Intenta alabar al mundo herido
y esconder la herida con la cual amas y odias,
al mundo, a los rebeldes gestos de la juventud,
a ti y a mí, pasto indócil con el cual cubrimos
sin alegría los cementerios con un falso fulgor.
Yo no soy chileno
Yo no soy. Para ser, tengo que llamar
todas estas cosas con otros nombres.
Roberto Matta
No soy chileno, nadie puede serlo.
Yo estoy chileno, pero ya se me pasa
y estoy aquí mirando el árbol
sabiendo que si crece torcido dará mala sombra.
Estoy chileno como lo puede estar cualquier otro,
como algo malo que sin ser malo es pasajero.
Estoy sin ser nada específico
porque nadie es específico.
Tal vez la muerte o Dios sean específicos,
pero cuando yo estoy y pienso, no sé nada
ni de la muerte ni de Dios ni de nada
porque estar es simplemente eso, estar
y luego; dejar de estar.
Leyendo a Vallejo
Hoy, leyendo a Vallejo, he sentido una alegría
tonta, un algo en los huesos, un no sé qué
impreciso y popular, que se me caía de los ojos
hacia dentro y este querer, pensé
debe ser como su querer, ganas de querer
simplemente; eso, sin sustantivos,
sin un yo o un tú
sin ocultar que a veces el otro es uno
pero con otra ropa y las mismas lágrimas
aunque su mirada sea distinta
y como sacudida a la fuerza.
Hoy leyendo a Vallejo me ha venido un no sé qué
como de muertos,
como si mi mano izquierda conociera mi mano derecha,
como si mis ojos lo vieran ahora niño todavía,
peruano, tristísimo, interrogante
de tantos días de abstracción y tinta, de tanto
París en invierno o piedras negras,
de mamífero sudamericano y maltratado.
Hoy leyendo a Vallejo he sentido una alegría
tonta, un algo en los huesos, un no sé qué.
Marcelo Rioseco. Ha publicado Ludovicos o la aristocracia del universo (1995), libro con el cual ganó en 1994 el Primer premio de poesía “Revista de libros”, organizado por el Diario El Mercurio en Santiago de Chile. En narrativa, la colección de cuentos cortos, El cazador y otros relatos (1999), la Antología de poesía contemporánea dedicada a Chile por la Revista española LITORAL, CHILE. Poesía contemporánea (2000). En 2010 publicó en Santiago de Chile su segundo libro de poesía Espejo de enemigos y, en el 2012, 2323 Stratford Ave. Con su libro La vida doméstica (2018) ganó el “Premio Academia” a la mejor obra literaria del año que otorga la Academia Chilena de la Lengua. Su último libro es Olivia en los suburbios publicado en España por Valparaíso Ediciones en 2020. Actualmente es Editor general de la revista bilingüe de literatura latinoamericana Latin American Literature Today (LALT). Marcelo Rioseco vive en Oklahoma, Estados Unidos.
Foto de autor: Carolina Rueda
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