4 Poemas

El 11
Nombre y número, tú, mi día duro,
mi detenido día duradero
que me miras pasar, tú, entretejido
en un idioma que no sabe aún
cómo nombrarte, cómo silenciarte,
la garganta gastada, el nudo nuevo,
es así como vuelves a llamarme,
a amanecer primero que mis ojos
que otra vez te contemplan ser y estar:
amanezco debajo de tu manto
invisible y tatuado de siluetas
y estriado por los gritos sin aliento
de tantos días dentro de tu día,
y me caigo a un rumor de fojas cero.
Porque no sé si ondea o es que tiembla
la palabra septiembre con sus hilos
desenvueltos, deshechos, sus colores
resueltos en un luto antiguo: rojo
de costra seca, azul de noche oscura
y un blanco de mortaja inexistente
y de estrella extinguida, y la palabra
bandera, que se cansa, vieja, porque
la palabra país se le confunde:
velos, pañuelos, trapos abusados
que en tu manto se vuelven a extender
y se vuelven a revolver, rotando
cansados pero inagotables, como
punto muerto que sin embargo late.
No. Demasiado día. Demasiada,
ensalivada, iluminada boca,
¿hacia quién vas, a quién recibes, qué es
lo que descubres? ¿Nada? Eres porfía
de alguna luz que se desvaneciera
de tanto hacerse fuerza. Demasiado
día es el día que eres, demasía
de denominaciones que tropiezan,
lengua sin voz, la boca toda nombres
que mendigan la voz del otro día:
no del ido, no del que viene, no
de la perpetua procesión adónde,
sino del inaudible día tuyo
que gesticula en ti, a la sombra, solo.
No: yo me he detenido junto a ti,
ensordecido por iniciativas
de una ciudad que no se escucha, bocas
parecidas en las respiraciones
sordas, y en la mudez que nos hermana:
silencio que puntúa nuestro paso,
nuestra voz y la lengua que aprendemos
sin querer, sin saber o sin poder
(y sobre todo sin poder). Yo, arriado
sin querer junto a ti, junto a la luz
que se queda dormida o que se enreda
hoy en ti, desde ti, otro trapo vivo
yo: viento y rama, remolino abierto
de preguntas que inhalan otra sombra.
¿Desde dónde hasta dónde duras, día?
¿Cómo es que hay tanto día en caravana
mientras palpita el círculo de espectros?
¿Cómo es que ves pasar la fuga, cuando
en ti la ronda exhala y no se extingue?
Yo me quedo mirándote, y me allego
para arroparme con tu manto, palpo
aquí en mis sienes la Ciudad Oscura,
el lloroso vacío aquí en mis ojos
–mis dos emancipadas cicatrices–
y aquí en mi corazón un nombre mudo
que dura, y solo. Y lávame tu rostro
y deja que me rinda en mi palabra
solo, y esperar aquí un lucero solo.
Secreto amor (otra vez)

1
Otra vez llego tarde a nuestro encuentro,
otra vez traqueteo en esta huella
donde otra vez me allego tarde y casi
desfigurado con ciudadanías
diurnas, de papeles, de palabras,
y me sigo tardando, y voy detrás
de tus brazos, husmeando besos, sombras
de besos, o quizá tu olor tardío,
tus huellas en el aire de este tiempo
en que me tardo, en que otra vez no vuelvo
amor aquel amor, en que no beso
ni veo, en que tan sólo yo me escucho
una canción que cantaba de lejos,
de lejanía escondida aquí dentro.
2
Te miro como si te acariciara,
como si con mis ojos entreabiertos
reconociera tu latir antiguo,
tu aliento en la espesura de una noche
que me mira, interpuesta, acostumbrada.
Así te miro yo, desconocido
de pronto, de mis manos, mis pupilas,
como si oyera en mí crecer tu sombra,
acompasada, protectora. Pero
no me mires así, tan lejos, como
si no me vieras o no me llamaras;
vengo a buscar tu abrazo para todo
lo exonerado, lo cuantioso mío
y que demora. Y yo te miro, espeso.
3
Demórate en mi rostro ahora tú,
contempla su dibujo de árbol raro,
aloja en su ramaje tu mirada
y olvídate en sus surcos otra vez.
Perdóname, te ruego, simplemente
los días de silencio disfrazado
de deberes, perdóname este ruego
de entretiempo impuntual y de hojarasca
(porque bajas desnuda, sin secretos,
porque ése es el misterio despeñado
junto al tiempo que cae de rodillas),
y dime de una vez qué espera es ésta,
qué madrugada y lejanía tantas
y hazme llorar entonces, otra vez.
Still life
El verdugo tictaquea en su pared
gotas de una extraña lengua con mi sed.
En casa
Nada grave, en verdad: dos voces
crecieron pronto para el roce
único, un puro golpe, y rasgan
el aire seco las dos costras
que volaron, que no se buscan.
Pero en el desencuentro crecen
juntas las manos, municiones
históricas, y oían qué
esas orejas que sangraban
y que no oían que no oían.
La verdad es ya nada grave:
hoy oí discutir a mis papás:
la casa se venía a tierra, eterna,
y no quedaba piedra
sobre
piedra.
Roberto Onell H., poeta, es autor de los poemarios Rotación (2010), Los días (2015) y Voz en camino (2020). Licenciado en Sociología y Doctor en Literatura, enseña actualmente en la Facultad de Letras UC. Su tesis doctoral, La construcción poética de lo sagrado en “Alturas de Macchu Picchu” de Pablo Neruda, fue publicada por Georg Olms en 2016. Actualmente, preside la Asociación Latinoamericana de Literatura y Teología (ALALITE).
Commentaires