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SABINA, HABITAR EL PASADO

Por Eleonor Concha Venegas

 

Reseña del libro Sabina, de la poeta Daniela Sol, editado por Marciano Ediciones en conjunto con Revista Virtual de Literatura Lakúma-Pusáki. Talca, 2021.


El pasado de los más afortunados está habitado por las abuelas. Son ellas la fuente de nuestras más arraigadas costumbres, de los sabores y olores de la infancia, de las historias familiares, guardianas de los secretos, incluso de aquellos que no quisieran ser develados. Las abuelas son y han sido siempre, quienes trazan los caminos de las generaciones venideras.

El hablante parece entender esta verdad, siente el olor de la ruda y la menta, las hierbas que guarnecen sus recuerdos (poema 1, p. 13) así como aquel sabor de la salsa de harina dorada, sobre unas papas que acompañan el cerdo escaldado, un poema que me lleva a los mismos domingos con mi propia abuela, y sus humitas o pancutras, abuelas que amaban la cocina no por ella, sino que por los rostros ávidos de sus niños. La nostalgia aparece en el poema e inevitablemente en el lector, que no puede sino abstraerse del texto y huir hacia la propia infancia.

Sin embargo, hay rastros indescifrables, como es la idea de las libélulas de estos poemas, en donde aquel pequeño insecto, alude en un poema a la vida adormecida, a aquella infancia de recetas inconclusas (poema Domingo, p. 15) y en otras ocasiones, a aquellos que han traspasado el umbral de la muerte, bichos que atacan al hablante, estrellándose en su frente de niña curiosa y salvaje (poema 2, p. 17).

El hablante recorre las habitaciones de su infancia, y se encuentra en ellas a su abuela paterna, a quien homenajea con el título del libro, pero estos recuerdos están plagados de culpa, del no estar, de haber desaparecido dejando a la abuela entre sus dolores y tesoros, en aquel cuarto de mentas en un piano (Sabina, p. 19), dolor de adulto, apenas oculto a los ojos del hablante.

La lírica de los poemas lentamente se mueve hacia los espacios de lo desconocido, de la nada, lo que está más allá, situado en la mirada benevolente de sus abuelas, creyentes para el consuelo de los otros, es ese espacio de la muerte, donde el hablante parece confundido en sus imágenes, perturbadoras quizás, más allá de lo que puede comprenderse en el poema, así, en los versos del poema 3 (p. 22), el hablante lírico formula estás dos acepciones en sus versos:

“Los muertos que habitan este hogar / no temen el devenir de los días. / Gimen en silencio las cicatrices del tiempo.” Contradicción o no, aquellos versos contienen la idea de los muertos como guardianes del espacio habitado, que no temen los días y su sucesión, pero “gimen” por las cicatrices del tiempo, pero ¿cómo gemir por un tiempo que ya ha terminado? La muerte es aquello que constituye el límite entre el hoy y el pasado, los muertos no tienen hoy, han superado el arduo camino del transitar por este espacio-tiempo, diluidos ya sus egos y pesares, uno con la naturaleza, sin embargo, el hablante, nos lleva a otra dimensión de la idea de la muerte, sus muertos sufren aún, se conduelen con la pérdida de los otros, lloran las cicatrices del tiempo, es como si a pesar de esas sonrisas bajo el limonero familiar, el hablante los situara con dolor en su propio imaginario.

La idea de un tiempo agónico, fantasmal, recorre los poemas, en #7787 (p. 24) la araucaria no sucumbe a “la agonía del tiempo” y son las historias pasadas, la casa de 100 años, los libros fugitivos de dictaduras, la memoria, el real protagonista de este libro, también la perdida de ella, las casas derruidas, los espacios abandonados de la Talca natal, la lucha del hablante con el moho que perdura en las paredes de su casa, la humedad que atrae a los fantasmas, (Humedad, p. 34) y la incorporación al lenguaje poético de un habla industrial de látex, de moho, de voces de acero que le constituyen, como un hablante capaz de rudeza, fuerza y sonoridades obreras, junto a versos de enorme belleza como “la palabra escondida pendiente en racimos” (Legitimidad del ser, p.36)

En Ciudad marchita (p. 42) el hablante percibe su ojo conectado a la memoria, túnel a través del cual los recuerdos ingresan al imaginario del hablante. El ayer se transforma en error, al estar la viga bíblica en el ojo que mira y recuerda. Hay, sin embargo, frases ajenas que rompen el encanto del poema, como “durmientes de marfil” que distraen al lector a un espacio irreal, y que aluden a un material ajeno, robado al África sufriente, y que urge a pensar qué elemento el hablante tocó en la casa de aquella abuela, teclas de piano de marfil, quizás los únicos durmientes posibles en los versos.


Talca es una leyenda marchita

de viejos extramuros que perecen bajo el asfalto

ahogada entre muertos que gritan

lloran y comulgan

con el sonido de mis vértebras.


Cuando el hablante consigue recobrar la memoria inscripta en su infancia y la lleva al origen de su ciudad natal, es cuando realmente conecta con esta lectora, aun cuando en los últimos tres versos del poema se perciba cierta decepción respecto del espacio que habita, quitándole legitimidad a la ciudad misma, como si aquella ciudad de dolor no tuviera historia por el sólo hecho de serle ajena.

En Despedida, que coincidentemente, se encuentra en la página 49 del texto, la revolución del I Ching, hay en cambio huida y culpa, el hablante parece haber partido de un espacio extraño, para retornar a su casa de la infancia y descubrir la materia con que formar los versos de este poemario. Es aquí donde el hablante se excede en las imágenes, en un esfuerzo por dotar de belleza a una despedida plena de culpa y desasosiego, aquí valdría la pena la contrición más salvaje, la purga de lo perdido, la disculpa descarnada y si se quiere, el adiós despojado de belleza, porque no todo poema tiene que ser bello. En los versos “Camino de la mano con la culpa / y cierro los ojos para no despertarte” se encuentra la agonía del hablante, sumido en la forzosa desbandada, que elige para salvarse del abismo.

En contraposición a aquel, el poema Agua (p. 56) se encuentra casi despojado de adornos, retrata la simpleza de las cosas a la que el hablante se vio forzado en medio de la pandemia. Inserta en la casa, reconoce aquel sentirse dentro y protegida, asombrada. Este poema, actual, dialoga con el resto del poemario que oscila entre el amor y la decepción frente a la ciudad habitada, y reconoce el hogar de la infancia como un espacio de protección y origen de todo. La simplicidad recorre los poemas Agua y 6, donde el hablante ha dejado atrás la multiplicidad de adjetivos e imágenes, lo barroco del habla, para tornarse cercano al retratar la infancia de otro ser, de su hijo.

La dulzura del poema 6 en donde niño y padre se enfrentan con los objetos del pasado, que son sólo “agua y llanto”, el mar para el niño, justifican la existencia total del poemario, que transita desde la multiplicidad de imágenes y la confusión, a la simplicidad y el retorno a la vida familiar que se siente en estos poemas.

El relato final, confirma estas apreciaciones, con la relación ambivalente del hablante con la ciudad que habita, amada y odiada, viendo como por un lado recobra el sentido de lo familiar en la casa de la infancia, y por otro, cómo ve el abandono y destrucción de la memoria de su barrio, el saqueo de la casa de los vecinos, el fin de la memoria. Es por tanto un poemario con poemas de enorme belleza, otros barrocos que transitan entre recuerdos de la infancia y los dolores que el hablante apenas esboza en sus textos. Es un viaje de la memoria, el rescate de una abuela y el retorno a un espacio en donde el hablante, despojado de adornos, logra verse a sí mismo en un esfuerzo notable de auto conocimiento, viaje cuyo tránsito no ha terminado, pues el punto final de la obra parece estar más allá de las páginas de este texto, como si fuera un prólogo, un ensayo, de lo que está por venir y anuncia con su poema Agua, donde transida de silencio por la pandemia, acumula en sí, los restos de un mar tempestuoso, pleno –seguramente- de poesía.

 

Daniela Sol (Talca, 1983). Profesora de Filosofía y Licenciada en Educación, magíster en Estudios Latinoamericanos en la Universidad Nacional Autónoma de México y doctora en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Alicante, España. Es autora de los poemarios Sonidos Errantes (2014), Postales y Espejismos (2016), Fractura (2015) y Sabina (2021).


Eleonor Concha Venegas (Santiago de Chile, 1972). Abogada de la Universidad de Chile, Magister en literatura chilena e hispanoamericana en la Universidad de Playa Ancha (2022). En el año 2016 publicó su primer libro de poemas con RIL Editores cuyo nombre es Par de Dos, el año 2018 publicó con Mago Editores su segundo poemario llamado Viceversa, y en el mismo año recibió el primer premio del concurso nacional de poesía Oscar Castro, con el poemario El dolor de los huérfanos. El año 2021, se lanza una nueva edición del mismo libro, esta vez por Mago Editores, parte de la colección poeta Raúl Zurita y a la vez, en la misma casa editorial, publicó el libro Nosotros, los suicidas, en la colección Escritores Chilenos y Latinoamericanos.

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