Por Julián Gutiérrez
Mientras termino de morirme / la hierba / llueve.
(Tanedo Santoka)
Poemas Zen es la más reciente publicación del poeta chileno David Bustos. Desde su título el autor deja entrever el ejercicio de una escritura sustentada en la posibilidad de un vínculo y el acontecer de un darse cuenta. A través de los 80 poemas y las dos secciones que lo componen, Bustos entreteje una diversidad de circunstancias, momentos, visiones y reflexiones, aunadas por una personal apertura perceptiva sobre lo cotidiano. Todo en el sentido de “[s]oltar el nervio óptico” y ver con más claridad las cosas:
Nublado escribo
poemas de lluvias que bailan
en mi cabeza de barro
moldes, vasijas de greda
la conciencia de los pájaros
que brillan por su ausencia.
Lo visual y la estrategia descriptiva aparecen como elementos predominantes del libro. Evidencia de una mirada atenta, cuidadosa y amable sobre el entorno cercano, la que además trasunta la presencia de una unión: la luz de los ojos que miran parece fundirse con “la luz [que] enciende las cosas”. Como en una amistosa compenetración de mundos que no se detienen: ese adentro y afuera constantemente avizorado en los textos:
La bolsa de té arrugada al costado de la taza.
El reflejo ovalado en la cuchara.
El lunar en el cuello
ha crecido más de la cuenta.
Entre el tejido de las cortinas de totora
líneas de luz se cuelan partidas por el hilo
del sol de la mañana.
En la introspección del hablante, confluye lo visible e invisible, lo relativo y lo absoluto, lo que pasa y lo que permanece, en inesperados giros y asociaciones. Signo de una atención que, junto con “dejar ser” lo observado, “teje un diseño” repentino y sorprendente, como el de un “[p]ensar con el cuerpo…”. Así, lo visual converge con sensaciones auditivas, estados interiores y recuerdos, haciendo que la constatación del instante confluya en una percepción intuitiva y las fronteras entre sujeto y objeto tiendan a desaparecer. Acción “desconstructora” que invita a la aceptación y al desapego, a la superación de todo presupuesto:
El columpio oxidado en el patio.
Se escucha el balanceo
de mi hija y sus amigas desde la pieza.
El mar oxida los metales
pura sensación de abandono
el idioma del tiempo puede
quedar registrando en esta libreta.
Se trata de una noción de escritura que, en tanto ejercicio de la conciencia, adquiere la imagen de una apertura, de una disposición al contacto: con la realidad inmediata y con las presencias que dicha realidad provoca en la propia emocionalidad y memoria. Aquí dos ejemplos que refuerzan la idea: a) “Mi mente es un puño / que se abre cuando escribo”. b) “Mi mano es una araña / que estira sus patas / en las hojas secas del invierno”. Ambas figuras enfatizan el concepto de textualización como tejido: acción de un (des)hacer vínculos, de un entrelazar sentidos, como sigue:
Debería decir que soy alguien.
Y no soy nada.
Una araña que
desteje el oscuro rincón
donde vive.
La realidad textualizada –escrita a sabiendas de que “[n]ada se detiene”– aparece siempre libre de apegos (excesos, procedimientos aprendidos u otro añadido ansioso) y con una intensa capacidad significativa. Las asociaciones dan cuenta de sorprendentes vislumbres: “Cuando dormimos somos el 33 / y cuando comemos el 101…”. Esto, a través de formas concisas y rotundas, cargadas de una realidad o acontecer mayor: el asomo del inconsciente que se filtra o cobra conciencia a través de la inmediatez:
Soy el tabaco que lío
la hebra rubia en el papel
una bocanada en el bosque
atrapada entre mis dedos.
He aquí, entonces, una poesía que, a través de sus imágenes, tiene la capacidad de hacernos partícipe del contacto con lo más propio: la densidad y vigencia del instante. El aquí y ahora como transcurrir de una soledad poblada que se proyecta en uno: esa única realidad, el ser (lo) que somos en el momento que transcurre. De ahí, insisto, el potencial movilizador de Poemas Zen: sus textos devuelven nuestra percepción a su naturaleza original, permiten ver dimensiones no vistas de la realidad y favorecen un estado de mayor conciencia y libertad:
En los ríos que anidan su curso.
En los ríos quebrados derrama
el árbol hundido en mi pecho.
El humo oscuro de mi nostalgia.
David Bustos Muñoz (Santiago, 1972). Escritor y guionista. Fue becario de la Sociedad de Escritores de Chile (1997) y de la Fundación Pablo Neruda (2001). Entre sus publicaciones poéticas destacan: Nadie lee del otro lado (2001), Zen para peatones (2004), Peces de colores (2006), Ejercicio de enlace (2007), Jardines imaginarios (2010), Hebras viudas (2018) y Poemas Zen (2020).
Julián Gutiérrez (San Ignacio, Ñuble, 1972). Profesor y escritor. Ha publicado los poemarios: Epopeya de la luz (2005), Pie de página (2008), Film de los paisajes (2010) y Territorio extraño (2019). Responsable de las antologías: Panorámica de la poesía de Maipú (2006), Ricardo Navia: Cantos a la muerte (2008) y Fin de Siglo: nueva poesía chilena de los 80 (2009).
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