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PARA ENTRAR EN VEREDA: Sobre la obra poética de Elías Irazoqui Becerra

  • 13 Mirlos
  • 19 may
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 22 may


Por Julián Gutiérrez


Todo es poesía menos la poesía.

Nicanor Parra


Ya a comienzos del siglo XX, Vicente Huidobro, en su manifiesto “Total”, denunciaba la fragmentación reinante y abogaba por la unificación del ser el en mundo a través de la idea del poeta humano: “integralmente humano”. Sin embargo, con el transcurrir del tiempo, la razón moderna parece haber perpetuado la segmentación de la realidad, escindiendo nuestras mentes y el saber en categorías disjuntas: “ciencias” por un lado y “letras” por el otro. Por esto, a muchos parece causarles extrañeza la existencia de matemáticos que escriben poesía, a pesar, incluso, de los cuantiosos e innegables casos que la tradición poética nos presenta. Y donde aparentes “duros” matemáticos adoptan con “sensibilidad” la expresión propia de la poesía, como Lewis Carroll, Enrique Verastegui, Cai Tianxin, y el mismísimo Nicanor Parra, por nombrar algunos. O donde “sensibles” poetas buscan servirse del “rigoroso” lenguaje de las matemáticas para sus creaciones, como Arnaut Daniel, Jorge Luis Borges, Juan Luis Martínez, entre otros. Todos ellos ratifican que, más allá de la potencia innegable de las autonomías de referidas disciplinas, el ejercicio de ambas no debería ser motivo de sorpresa, pues, como es sabido, todo confluye en uno. Al respecto, el poeta chino, Cai Tianxin afirma: “tanto para poetas y matemáticos su mundo es el mundo completo” (s/p).   


En su prólogo a Construimos silencio (2024), el filósofo Ziley Mora parte abordando el tema de la decantación de Elías Irazoqui por la poesía; y atribuye su tránsito, de profesor de matemáticas a poeta, al convencimiento de que, al final del día, “los números no cuadran cuando se trata de sacar a la pizarra a un corazón herido”. Y remata: “[Elías] escribe porque el mundo es paradójico, porque el vivir tiene una lógica imposible de reducir a una fórmula geométrica ni siquiera a una constante algorítmica” (p.10). Reivindicando, de esta forma, el potencial aglutinador del pensar creativo.


Sin ánimos de despejar la incógnita, o de echarle pelos a la sopa, se me vienen a la mente dos casos que pueden complementar lo que afirma muy bien Mora. El primero tiene que ver con las palabras que Enrique Lihn escribiera en su Diario de Muerte, donde, enfrentado a lo insondable, reafirma la precariedad del poeta y las limitaciones del lenguaje: “Un muerto al que le quedan algunos meses de vida tendría que / aprender / para dolerse, desesperarse y morir, un lenguaje limpio / que solo fuera accesible más allá de las matemáticas a especialistas / de una ciencia imposible e igualmente válida” (14).  El segundo, dice relación con Nicanor Parra, quien al dar cuenta del origen del título de su libro “Poemas y antipoemas”, donde, además de destacar de este dúo de palabras la complementariedad de lo diferente, aludía también a la “síntesis dialéctica” que opera en la naturaleza de todos los cambios y al “ying y yang” oriental. Refrendando así su cercanía con el marxismo y el taoísmo. Filosofías que coinciden en postular que al principio no había opuestos, ni contradicción, pero que al pasar el tiempo la cosa se pone distinta: hoy vivimos alienados, en el “valle de lágrimas”, en el valle de los opuestos; y donde lo único que podemos hacer, según el antipoeta: “es apechugar”. Y una de esas formas de apechugar es, precisamente, escribiendo poesía (Cf. Carrasco).


 Elías Irazoqui, considerando su nacimiento en Vilcún y su contacto con la escritura poética que   ̶ -según el mismo declara-̶   ocurre en 1995; lleva una larga travesía “apechugando”. En este contexto, Construimos silencio, constituye una señal de la naturaleza de su andar-resistir. El que, si se mira en la perspectiva de sus dos libros anteriores, Palabras en el tiempo y Palabras tras el tiempo, parece confirmarnos, como veremos, una clara conciencia del hecho de habitar este “valle de los opuestos” que refiere Parra.


Los textos de Irazoqui, que suelen adoptar la forma de “constataciones”, “sentencias”, “peticiones”, “invocaciones”, “anuncios”, “aforismos”, “consejos” … o simples dichos al pasar; develan dicotomías, contradicciones, paradojas y absurdos referidos a realidades que nos circundan y confrontan:  lo humano y lo divino, lo concreto y lo abstracto, occidente y oriente, como el dístico “Filosofía” que dice:

Oriental: pretender ser con tu ser.

Occidental: pretender ser sin tu ser (2024: 26).


La brevedad, otro elemento característico de su poetizar, también contiene el sentido de lo contradictorio. Su síntesis es la síntesis del proceso dialéctico que, como dijimos, opera en los cambios, como una suerte de “unicidad extrema”: de tesis y antítesis, de más y menos, de certeza y duda, de vida y muerte…

Voy camino a mí

Contradicción

De ella nacerá la luz (2017:21).

 

Además, sus versos suelen ir acompañados de puntos suspensivos, como signo de la proyección de un decir que se extiende más allá, en alusión a lo que falta o escabulle al pensar o al propio lenguaje. Lo explícito y lo implícito…Todo, en una suerte de “esto y más”, que algunas veces suele ser, también: “sin más”. Dinámicas de una creatividad que “nos deja atónitos”, de una rapidez mental que nos obliga a estar atentos y a darnos cuenta de que, para hacer puntería debemos mirar con un ojo abierto y otro cerrado, como giñándole al blanco (que suele ser de color negro) ... O que la inteligencia no siempre aclara las cosas, sino que las confunde, y que “El libro de las respuestas”, a veces, “No posee preguntas”; o que hay preguntas que no necesitan respuestas, como su hermosa “Verdad infantil” que dice:

A un niño le preguntaron si creía en Dios

Él solo se limitó a sonreír

Y, cogiendo su pelota volvió a su juego…

Dios, que estaba cerca,

Le acompañó a jugar… (2024:56).

 

Como podrán darse cuenta, las voces que convergen en la obra de Elías Irazoqui configuran respuestas y plantean preguntas, transitan entre la certidumbre y la duda, dejando entrever, bajo este juego de palabras, la doliente conciencia de un sujeto que, enfrentado al transcurrir de una modernidad vertiginosa, junto con transmitir la contracara de la vida alienada (la soledad, el desamor, la muerte), también deja entrever el dejo de una resistencia: su esperanza. Más allá de su evidente desencanto con la situación cultural, política, socioeconómica y existencial, el sujeto despliega también la búsqueda de un arraigo a través del vínculo con una memoria y una fe que parecen sostenerle. Reflejo de esto son la nostalgia de su tierra natal, manifestada por la constante presencia del volcán Llaima (“Eres eternidad hecha presente / En cada amanecer”): Hasta morir, / Hasta no ser, / Siempre estarás ahí… (2024:22). Pero también las referencias a la familia, compuesta por esa amada ausente “que le inspira amor” y “Algunos nombres Propios”, de hijos y nietos (Paula Natalia y José Luis, así como Andrés, Pedro, Domingo y Lucas), son expresiones de su amor y el deseo de trascendencia. Y, en tercer lugar, la omnipresencia de Dios: aquel que mora “En todos los opuestos / En todos los intermedios / En todas partes y en ninguna // en todas ellas y más (2024: 21). He aquí, entonces, la trilogía de un arraigo, de un sustento que otorga al sujeto lo necesario para seguir en la vida del “ser y no ser” y en el preciso ejercicio de escribir: “Escriba, con eso basta”, sentencia (2024: 80).



Con todo, la poesía de Elías Irazoqui es una que transita por la vereda de la antipoesía, aquella del gran Nicanor, que en 1954 inaugura una manera cuyo tono y procedimiento adoptarían, entre otros, hasta el mismísimo Neruda de Estravagario, en 1958, y, desde luego, Ernesto Cardenal, con su variante, el “exteriorismo”. Todo marcado por una asunción a lo circunstancial, al espíritu irónico, lúdico y humorístico, que da cuenta de un alegato por la vida concreta y que es capaz de desenmascarar “nuestra absurda modernidad”. Modernidad hecha de creencias y carencias y que nos ha llevado a las zozobras de un vivir a medias: “La dicha es breve / Va entre el dolor y el silencio / Como la muerte” (2024: 100). Y donde la apelación del poeta Elías, finalmente, es: “Examine sus LOCURAS / SE SENTIRÁ MUCHO MEJOR / Pero no siga con ellas / Abrace las Locuras MÁS EXTREMAS / [aquellas] Que lo hagan entrar en vereda (2024: 43).

    

REFERENCIAS:

Carrasco, Iván. Para leer a Nicanor Parra. Santiago: UNAB, 1999.

Irazoqui, Elías. Construimos silencio. Chillán: Lloika, 2024.

--                     Palabras tras el tiempo. Chillán: Autoedición, 2017.

--                     Palabras en el tiempo. Chillán: Jinete Azul, 2015.

Lihn, Enrique. Diario de muerte. Santiago: Universitaria, 1989.

Tianxin, Cai. “Matemáticos y poetas”. Trad. Julio Palencia. Guatemala: Narrativa y Ensayos, 2014.



 

Elías Irazoqui nació en Vilcún, el año 1951. Es licenciado en Matemática, por la Universidad Austral de Valdivia; Magíster en Matemáticas, por la Universidad de Santiago de Chile y Doctor en Didáctica de la Matemática, por la Universidad de Salamanca, España. Ha publicado los poemarios: Palabras en el tiempo (2015), Palabras tras el tiempo (2017) y Construimos silencio (2024).

 

Julián Gutiérrez nació en San Ignacio, Ñuble, el año 1972. Ha publicado los poemarios: Epopeya de la luz (2005), Pie de página (2008), Film de los paisajes (2010), Territorio extraño (2019) y La velocidad de los árboles (2022). Su trabajo literario ha sido reconocido con la beca de creación del Fondo del Libro y la Lectura, 2019, 2022 y 2024; y con el Segundo Premio del Concurso Literario Nacional Stella Corvalán de la Ilustre Municipalidad de Talca, Poesía, 2016.

 
 
 

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