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"ZORDA" DE OCTAVIO GALLARDO, NACER SOBRE LAS RUINAS

  • 13 Mirlos
  • 25 jun
  • 5 Min. de lectura

Por Ricardo Sigala



“Tengo una fuerte inclinación por los libros que se resisten a ser clasificados. Creo que los sentimientos complejos, como las historias complejas, que hurgan más allá de los estereotipos y lugares comunes, exigen formas no predecibles de expresión. Tengo para mí que Zorda es uno de esos libros, nacido de una necesidad muy particular de comunicación, emanado de las ruinas,  Zorda de Octavio Gallardo es un libro necesario para reflexionar sobre la historia latinoamericana, para reflexionar sobre la más profunda condición humana”.


Pocas veces un epígrafe dice tanto sobre un libro como en esta ocasión. La frase de Milan Kundera: “El novelista nace sobre las ruinas de su mundo lírico” nos proporciona una idea del tipo de obra al que estamos ingresando. Estamos ante una experiencia, la de un poeta que ante la complejidad de su proyecto de escritura se enfrenta a la evidencia de que su dominio de expresión, es decir, la poesía, la lírica, se disuelve, se convierte en ruinas, y de esos escombros, nace el novelista, justo el que ejecuta y firma Zorda. Es una obra que hace oídos sordos a las clasificaciones y convenciones literarias, pues aunque siguiendo a Kundera, y al autor, estamos ante una novela, no podemos negar que también estamos ante un libro de poesía, pues está claro que el poeta, aunque entre ruinas, nunca deja de estar presente.


No voy a decir que es esta la novela de un poeta, ni un poema en prosa ni nada que ronde por esas nociones con que se distraen a veces los académicos cuando no tienen mucho que decir, quizás deba asentar que este no es un libro más en el abigarrado mundo de los demasiados libros, que no es otro volumen en la incansable y en permanentemente en expansión Galaxia de Gutenberg. Este libro, que nació de las ruinas, se alza como una verdad en medio de la mentira, como una luz en la oscuridad, un oasis en el páramo, como una compañía en medio de la soledad, en fin, una música en medio del ruido y la furia, esa es su gracia: haber construido con sus historias y su lenguaje un poco de luz, de vida, de verdad, una música que nos acompaña tras su lectura.


Zorda no es un libro sobre la dictadura chilena de Pinochet, es un libro sobre la vida de las personas durante la dictadura. Es por eso que al leerlo lo sentimos como una pieza que late, llena de vida, aunque pareciera que la vida está en otra parte. Leo la de Zorda como una historia realista y al mismo tiempo no puedo dejar de ver en ella una alegoría. Pienso en la protagonista, cuya sordera no es total, pero es su condición y definición; en su orfandad, que lo es y no lo es, tiene dos madres, pero parece no tener ninguna; en el amor y el deseo que se materializan en Claudia, quien la acoge y abandona a la vez. La protagonista, como la mayoría de los personajes de la historia comparten esta vida incompleta, porque siempre al final del paisaje, como un ruido de fondo, están los militares, las secuelas de las políticas del estado, las complicaciones económicas, la pérdida de la dignidad de las personas, ese mundo que está ahí indefinido pero punzante, como la hipoacusia de la chica, que como dice ella misma en la página 31: “quizás sea el sonido real de todas las cosas”.


El libro está enmarcado por la muerte, el inicio y el fin la muestran, la enfatizan y la confirman, en ella se vive, como un descanso, “en la oscuridad finita del sonido”. La muerte voluntaria, en este caso, es además una especie de ritual o sacrificio, más precisamente una redención en donde se encuentra “un perfecto equilibrio entre estar y no estar”. Digo esto por la serie de símbolos que aparecen me hacen pensarlo: por una parte, el faro, cuyo símbolo es guiar a los marinos en la noche, en la tempestad, para arribar a buen puerto, el faro es la luz, la chica recurre al faro para encontrar una salvación, un buen puerto. Por otra parte, el gesto, reiterado, por cierto, de lanzarse al vacío alzando los brazos al viento como si se dibujara un crucifijo en el vacío. Esta escena y su joven personaje establecen un brillante diálogo con Plhebas el fenicio de La tierra baldía de T. S. Eliot. (A propósito de diálogos literarios abro aquí un breve paréntesis sólo para poner otro ejemplo, el que se hace con la lírica infantil. En el capítulo titulado “Canción de cuna”: la pequeña niña de ocho años pierde un zapato cuando bajan apresuradamente del camión, ella no pierde a un príncipe azul, sino a su madre biológica, ahí se acaba el encanto, el sueño de poder quedarse con ella. En la siguiente página, en el capítulo “Capital foráneo”, y ya con doce años de edad, la chica regresaba del colegio “como si siguiera unas migas anteriores”, en una especie solitaria de Hansel y Gretel, huérfana también de hermanos. El guiño del autor se pone de manifiesto al llamarla “Caperucita blanca” p. 17)


La historia de “Zorda” comienza cuando le diagnostican la hipoacusia, esto ocurre a los ocho años de edad, como si su enfermedad diera inicio a su vida. Su voz se va a ir intercalando con la de otros personajes, pero siempre girando entorno a ella, así conocemos a María, que la hace de madre sustituta; a Ana, su madre biológica ausente; a Francisco, la pareja de María; a un sospechoso Jaime, y a personajes circunstanciales como Ángel. También conocemos a sus amigos, del barrio y la escuela: el Perro Losada, bravucón por antonomasia; el inocente Bastidas, y Claudia, la chica deseada por todos, y que jugará un papel muy importante en la vida de nuestra protagonista. La historia de “Zorda” comienza con ocho años de edad, hace escalas en los 14, los 16, los 17 y termina a los dieciocho o diecinueve, “creo, o algo así”.


Tengo una fuerte inclinación por los libros que se resisten a ser clasificados. Creo que los sentimientos complejos, como las historias complejas, que hurgan más allá de los estereotipos y lugares comunes, exigen formas no predecibles de expresión. Tengo para mí que Zorda es uno de esos libros, nacido de una necesidad muy particular de comunicación, emanado de las ruinas,  Zorda de Octavio Gallardo es un libro necesario para reflexionar sobre la historia latinoamericana, para reflexionar sobre la más profunda condición humana.

RICARDO SIGALA (México, 1969). Profesor, escritor y periodista cultural. Ha publicado los libros de narrativa: Periplos. Notas para un cuaderno de viajes (1995) y Paraíplos (2001); poesía: Domar quimeras (2018); ensayo: Extraño oficio (2018) y La palabra y el silencio (2023; crónica: Letra sur (2016) y La Conjura (2023). También ha realizado una docena de antologías y estudios de literatura del sur de Jalisco.


OCTAVIO GALLARDO CANTILLANA (San Antonio,1974). Poeta, fue becario de la Fundación Pablo Neruda. Actualmente dirige el periódico literario Carajo, uno de los más importantes medios de difusión literaria chilena. Libros: Octubre, Cordillera, Especies en cautiverio y Último poema. Además de libro Derecho al olvido, edición a partir de textos no poéticos de Carlos Cociña. Junto al poeta mexicano Armando Salgado realizó la recopilación y edición del Ebook Estrategia del poema, 72 autores hispanoamericanos.

 
 
 

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